top of page
Buscar
Foto del escritorfilosofiaperenneme

Breves reflexiones sobre el «mito Galileo» y la relación ciencia-fe.



Por: Juan José Sánchez


Introducción


A lo largo de los años, el “mito Galileo” ha constituido una suerte de paradigma fundamental para la progresiva configuración de la mentalidad de una sociedad con crecientes tendencias secularizantes. En este tipo de sociedades, se puede sugerir, el “mito Galileo”—cuyas connotaciones tienden a no ser muy favorables para la religión—, funge como un prototipo de las relaciones entre teología y ciencias. Sin embargo, antes de poder afirmar contundentemente que tal es el caso, resulta menester hacer algunas distinciones básicas, con vistas a la obtención más cabal del entendimiento de lo que esto significa. Por consiguiente, a continuación, se realizará una muy sucinta exposición y esclarecimiento del significado esencial de tres términos: 1) “prototipo”, 2) “mito Galileo” y 3) las relaciones “teología-ciencia”. Habiendo esclarecido dichos términos, se buscará reiterar la tesis principal que se busca defender, a saber, que el “mito Galileo”, en efecto, constituye el prototipo de la relación Teología-Ciencias en la cultura contemporánea.


"Mito" como paradigma del inconsciente colectivo


En primer lugar, es menester entender con claridad qué significa “prototipo”. Ahora bien, se puede entender “prototipo” casi a nivel etimológico, es decir, como haciendo referencia al “primer tipo” o al epítome, modelo o categoría que representa perfectamente un evento o situación determinada. Asimismo, en este caso, no parece descabellado ligar “prototipo” con el término “paradigma” o “mito”. En este sentido, si se asume una estrecha relación entre “prototipo” y “mito”, para efectos didácticos, es posible generar un punto de partida general, para entender a qué se refiere el “mito” Galileo. Por consiguiente, debe entenderse “prototipo” muy estrechamente ligado con el término “mito”.


Ahora bien, resulta fundamental entender que “mito”, en este contexto, no debe tomarse como equivalente a “falsedad” o “error”. Más bien, tomando su sentido más sociológico, el mito hace referencia a un paradigma común a ciertos individuos o a ciertas sociedades. De este modo, se puede hablar, por ejemplo, del “mito del progreso” sin atribuir necesariamente un valor de verdad o falsedad al mismo. Indubitablemente, el “mito del progreso” (para continuar con el ejemplo) será verdadero o falso. Sin embargo, lo que es importante destacar, en este contexto, es que el “mito” no por ser “mito” es ipso facto falso. En lugar de eso, el mito debe entenderse, más bien, como un arquetipo o paradigma fundamental al cual apela inconscientemente un cierto colectivo social dado en un momento determinado (una narrativa común), con vistas a evaluar la conformidad de un evento o situación particular con dicho paradigma.


"Mito Galileo"


En segundo lugar, habiendo esclarecido el término “prototipo” y habiéndolo relacionado con el de “mito”, es necesario pasar a entender qué es el “mito Galileo”, con el fin de poder determinar con mayor exactitud si la sociedad occidental contemporánea, en efecto, lo toma como punto de partida fidedigno y veraz, y como arquetipo sobre la base del cual se evalúan las relaciones de ciencia y fe que se perciben hoy en día. En este sentido, vale la pena aclarar que el “mito Galileo”, del cual parten muchas personas hoy por hoy, sí que tiene algunos elementos falsos. Así pues, se puede analizar qué elementos del “mito Galileo” son verdaderos y cuáles son falsos.


Ahora bien, el “mito Galileo” en la cultura contemporánea establece que la fe y la ciencia se encuentran en oposición diametral. No sólo eso, sino que también se afirma que, si uno es creyente (tiene alguna fe de algún tipo), éste no puede consistentemente ser un científico o aprobar de los hechos científicos contemporáneos, porque éstos van “en contra de la fe”. En este sentido, el “mito Galileo” ha servido de vehículo para los individuos que buscan propagar y avanzar una agenda cientificista, la cual afirma que sólo las ciencias duras pueden generar conocimiento stricto sensu. Estos individuos—particularmente en el ámbito anglosajón y, especialmente, entre los “nuevos ateos”—apelan a que el progreso científico sólo ha sido detenido en el pasado por la religión, aduciendo acrítica e irreflexivamente al caso Galileo como el epítome de la oposición de la religión a la ciencia. Asimismo, se sugiere que toda oposición por parte de la Iglesia a alguna aplicación científica es otra instancia del caso Galileo. Mariano Artigas lo pone en estos términos:


En nuestra época, hay quien afirma que la Iglesia actúa equivocadamente al mantener sus enseñanzas sobre los dogmas de la fe y la moral, o al condenar–por ejemplo– los anticonceptivos o el aborto: se trataría de nuevos «casos Galileo» que no tendrían en cuenta los progresos de las ciencias humanas, de modo que la Iglesia permanecería erróneamente comprometida con modos de pensar ya superados.[1]

En cualquier caso, la cultura contemporánea parece estar permeada por la idea de que la ciencia y la religión nunca pueden subsistir, como lo mostró el “caso Galileo”. He aquí el primer elemento falso del mito Galileo: Galileo no era un antireligioso, sino que él mismo era un fiel creyente de la iglesia católica romana. En efecto, él mismo sugería que no existía ninguna contradicción entre la fe y la razón, entre las Sagradas Escrituras y la ciencia, siempre y cuando se interpretaran adecuadamente y en su orden propio. En la epístola a Cristina de Lorena, Gran Duquesa de Toscana, él le escribe lo siguiente:


Me parece que, al discutir los problemas naturales, no se debería partir de la autoridad de los pasajes de la Escritura, sino de la experiencia de los sentidos y de las demostraciones necesarias. Porque la Sagrada Escritura y la naturaleza proceden igualmente del Verbo divino, aquélla como dictado del Espíritu Santo, y ésta como la ejecutora perfectamente fiel de las órdenes de Dios.[2]

Por ende, es menester notar que, si bien el “mito Galileo” ha establecido como su paradigma fundamental el del conflicto entre ciencia y religión, la realidad histórica resulta ser harto diversa. Para Galileo no podía existir conflicto entre la naturaleza y las Escrituras, puesto que ambas “proceden igualmente del Verbo divino”. Más aún, como le dijo Galileo a Benedetto Castelli:


En vista de esto, y siendo además manifiesto que dos verdades no pueden jamás contradecirse, es función de los sabios intérpretes esforzarse por encontrar los verdaderos sentidos de los pasajes sagrados, de forma que se revelen acordes con aquellas conclusiones naturales de las cuales la evidencia de los sentidos o las demostraciones necesarias nos hubiesen dado certeza y seguridad.[3]

De esta manera, se puede confirmar en sobremanera las dificultades que se encuentran en interpretar a Galileo como un individuo oprimido por la iglesia católica romana. Él mismo entendía las dificultades que se podían suscitar, junto con múltiples soluciones. En consecuencia, el “mito Galileo” que gobierna el pensar de gran parte de la cultura cientificista occidental actual puede ser demostrado como erróneo y simplista desde el punto de vista histórico (y, sin lugar a duda, filosófico).


Reflexiones finales


Finalmente, hay que recalcar la influencia que este “mito Galileo” tiene en las relaciones de ciencia y fe. Por un lado, como ya se ha señalado anteriormente, se puede advertir que el caso Galileo ha dejado culturalmente mal parada a la fe cristiana. No se puede negar que este caso no fue bien manejado por el Santo Oficio. Y, aunque Galileo, pese a la concepción general, nunca fue encarcelado ni quemado ni nada semejante, probablemente no recibió el mejor trato posible. Por otro lado, cuando se analiza más objetivamente y a profundidad el caso, uno puede entender más fácilmente que el “mito Galileo” que tanto permea a la cultura es, en último término, falso y sin correspondencia con la realidad que toma lugar en las relaciones de ciencia y fe.


Ahora bien, si bien es verdad que ha habido relaciones amargas a lo largo de la historia entre ciencia y fe, la realidad es que éstas han sido, muy a menudo, presentadas de formas exageradas a la cultura, de tal suerte que se ha generalizado una aversión particular hacia la fe, en tanto que ésta tenga parte en el diálogo ciencia-teología. En cualquier caso, las relaciones entre ciencia y fe son complejas. No deben darse modelos simplistas. Y se tiene que aprender del caso Galileo, pese a rechazar el “mito Galileo” que permea a la cultura. Por consiguiente, sería imprudente no atender a las mismas palabras de Galileo sobre dicha cuestión:

Más aún, dado que las Escrituras, como he dicho, aunque inspiradas por el Espíritu Santo, por las razones alegadas admiten en muchos lugares explicaciones alejadas de su sentido literal, y, además, no pudiendo nosotros afirmar con certeza que todos los intérpretes hablen por inspiración divina, creo que se obraría prudentemente no permitiendo que nadie comprometa pasajes de la Escritura y en cierto modo les obligue a tener que defender como verdaderas algunas conclusiones naturales, que más adelante los sentidos y los razonamientos demostrativos y necesarios, pudiesen demostrar lo contrario.[4]

[1] Artigas, M., Ciencia, razón y fe, Pamplona: EUNSA, 2011, p. 37. [2] Galilei, G., Carta del señor Galileo Galilei, Académico Linceo, escrita a la señora Cristina de Lorena, Gran Duquesa de Toscana, 1615, p. 4. Fuente: (https://www.sokrator.net/agr_cif//upload/archivos/20131010_0333Galileo_Galilei_Carta_a_Cristina_de_Lorena_(16.pdf) [3] Galilei, G., Carta del señor Galileo Galilei, Académico Linceo, escrita a D. Benedetto Castelli de 21 de diciembre de 1613, p. 4. Fuente: (https://www.sokrator.net/agr_cif//upload/archivos/20131010_0333GalileoGalilei_CartaBenedettoCastelli.pdf) [4] Ibid.


2 visualizaciones0 comentarios

Comments

Rated 0 out of 5 stars.
No ratings yet

Add a rating
Publicar: Blog2_Post
bottom of page