El presente escrito tratará de responder a las siguientes cuestiones: ¿Se pueden aplicar
los consejos evangélicos en la política? ¿De qué manera?
Respecto a la primera, he de referirme a la Ética a Nicómaco de Aristóteles, pues como dice
en el Libro I, capítulo 2, “La ética tiene una relación de subordinación con la política”.
Ahora bien, debemos entender los consejos evangélicos como aquellos principios o
preceptos que nos asemejan a Dios Hijo y nos acercan a Dios Padre, mediante la
dirección de Dios Espíritu Santo.
Desde el Antiguo Testamento, Dios ha dado un Decálogo sobre aquellos principios que
llevan al hombre al buen vivir y a su cercanía, además de otorgar la salvación a aquellos
que lo cumplan.
La ética, según Aristóteles, refiere a la búsqueda de la felicidad a través de la virtud. Posteriormente, Santo Tomás de Aquino cambiará la palabra felicidad por beatitud y virtud por santidad. El individuo debe ejercitarse mediante acciones para adquirir la virtud; este terreno le compete a la ética, pero es de mayor necesidad para el terreno de la política, pues a ella le corresponde no solo el individuo sino la polis, es decir, el conjunto de individuos, al cual yo prefiero llamar comunidad.
Los diez mandamientos eran para el pueblo hebreo y para nosotros, aquellos principios
que nos llevan al buen vivir dentro de la comunidad, y, por ende, hay orden y felicidad. Eso es, pues, una ética. Y, como había mencionado anteriormente con el argumento de
Aristóteles, la ética se relaciona subordinadamente con la política, ya que la primera
ciencia busca a través del acto humano la virtud, y, a razón de que el hombre es un ser social, debe partir para su relación con los demás de los actos virtuosos. Así, el decálogo hebreo, entendido como una ética hebrea, es parte aguas de política hebrea. Vemos pues que los consejos evangélicos se aplicaban desde la antigüedad en la política.
Ahora bien, el origen de las órdenes mendicantes dio paso a tres nuevos consejos
evangélicos: la pobreza, castidad y obediencia. ¿No acaso estos principios son actos que
si son hechos con frecuencia llevan al hábito? Y ¿No acaso el hábito lleva a la virtud?
Parece evidente que la respuesta es sí, y, como se ha mencionado, la política se relaciona
con el hombre virtuoso, y aquel hombre que se ejercita en la virtud, es pregonero de paz y
felicidad en su comunidad. Es más, las primeras comunidades mendicantes fungieron
como ejemplo de diversas comunidades, pues veían en ellas una relación de justicia que
daba la sensación de armonía y de paz. Estos tres principios fueron parte aguas para la
política medieval.
Atendamos a la segunda hipótesis ¿De qué manera se aplican los consejos evangélicos?
He de mencionar que, a pesar de que los preceptos antes mencionados, los de la
comunidad hebrea y los de las ordenes mendicantes son del pasado, tienen aplicación en nuestro presente. Pues bien, conservan perennemente un estatuto de orden social, cosa
que le compete a la política de cualquier época.
Los preceptos hebreos parecen ser absolutos morales, es decir, actos que se relacionan
con el bien y mal y no tiene excepción alguna. Por ejemplo, el “no matarás”, aquella
persona que realice este acto es visto como malo y merece castigo sin excepción (existen
comunidades que se han querido deslindar de este absoluto, como la comunidad
islámica). A mi parecer, algunos de estos preceptos necesitan ser ut in pluribus, es decir,
que tengan excepciones, este tema lo trata fantásticamente Aristóteles en libro II de su
Ética a Nicómaco. Por ello, la política puede ver en estos preceptos morales una fuente de
búsqueda de orden social, y, en el momento que una persona cometa un acto delictivo,
puede hacer uso del ut in pluribus.
Los preceptos evangélicos de la Edad Media no parecen ser absolutos, sino más bien
consejos, como bien se conoce, pero que son de gran utilidad para la vida pública, pues
toda política para conservar el orden debe tener como fundamento la obediencia; la
pobreza puede ser entendida como el no exceso de bienes materiales, lo cual permitirá la
búsqueda de equidad de bienes en una sociedad; la castidad es la abstención de los
placeres: quien se desemboca en los placeres y realiza estos actos repetidamente crea
no un hábito sino un vicio, y los vicios ocasionan desorden en la sociedad.
En conclusión, los preceptos evangélicos realizados con frecuencia se vuelven un hábito; los hábitos son virtudes; por lo tanto, los preceptos evangélicos son virtudes.
Ahora bien, las virtudes son fundamento de la ética y como los preceptos morales son
virtudes, parece ser, que los preceptos morales también son fundamento de la ética.
Finalmente, la ética tiene una relación con la política; los preceptos morales tienen una
relación con la ética; por tanto, los preceptos morales tienen una relación con la política.
La política de nuestros tiempos, debería volver la mirada a estos principios y consejos,
pues puede ver en ellos, una fuente de búsqueda de orden, paz y bien común, en las
relaciones de los ciudadanos.
-Josué Omar Real Zarza
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