Por: Juan José Sánchez
Introducción
Está más allá de toda duda razonable la afirmación de que la filosofía de Immanuel Kant ha tenido una influencia tremenda y estrepitosa en la historia del pensamiento en Occidente, la cual sigue imponiendose explícita o implícitamente a todo filósofo que se jacte de ser tal. Por esta razón, me parece fundamental el tratar de descubrir y analizar con detenimiento algunas de las aportaciones del pensamiento de Kant que pueden contribuir (y han contribuido) a la filosofía de la religión y, más concretamente, a algunos argumentos que tradicionalmente han sido abarcados por la disciplina de la teología natural. Con estos antecedentes como presupuestos de las investigaciones que se expondrán a continuación, será importante señalar que la interacción entre el filósofo de Königsberg y la religión no es accidental en ninguna manera. Más bien, es menester recordar que éste propuso un argumento de carácter práctico (en el sentido moral) para argumentar a favor de la existencia de Dios en su Crítica de la razón práctica, en la sección de la “Dialéctica”.
Por ende, a continuación, trataré de llevar a cabo tres faenas fundamentales con la intención de evaluar las aportaciones del filósofo de Königsberg, a la luz de algunos elementos del debate filosófico contemporáneo con relación a este punto tan peculiar. En primer lugar, se intentará esbozar, a grandes rasgos, un sucinto análisis de la propuesta de Kant, como lo especifica en la sección de la “Dialéctica”, en la Crítica de la razón práctica, seguido de una breve evaluación crítica de esta propuesta. En segundo lugar, se señalarán algunas consideraciones de carácter primordialmente histórico con relación a la influencia que este argumento ha tenido en la filosofía en general, y en el pensamiento cristiano en particular. Finalmente, se pretende terminar con algunas observaciones sobre “el argumento moral para la existencia de Dios”, retomando algunas intuiciones kantianas que—señalando ciertas dificultades de la filosofía propia de Kant—me parece que podrían llegar a servir como premisas importantes para argüir a favor de la plausibilidad de la existencia de Dios, tal y como ha sido concebido en el teísmo clásico, particularmente en su formulación judeocristiana.
Kant y el argumento moral
Si bien es sabido que Kant rechazó todos los argumentos que se habían propuesto tradicionalmente para fundamentar la existencia de Dios, un aspecto importante de la vida del filósofo de Königsberg es el fuerte influjo de la teología luterana-pietista en su vida, la cual se manifestó en su gran interés por la vida moral y su relación con la fe. Así, mientras que es bastante común atribuirle un rigorismo moral acérrimo y autónomo a Kant, el cual exige de todo ser humano el cumplir el deber por mor del deber mismo sin vistas a la felicidad, es sumamente necesario entender que, aunque Kant no involucra el elemento religioso para fundamentar la moralidad misma, sí apela a Dios como un postulado de la razón práctica, el cual le permitirá hacer coincidir, en último término, tanto la felicidad como la virtud (entendida de forma kantiana). A continuación, me permito estructurar el argumento con base en la interpretación del Dr. Norman Geisler. Éste lo esboza así en siete pasos:
1. La felicidad es lo que todo ser humano desea.
2. La moralidad (a saber, el imperativo categórico) es un deber de todo ser humano (lo que tienen que hacer).
3. La unidad de la felicidad y el deber son el summum bonum.
4. El summum bonum debe ser buscado (puesto que es el más grande bien).
5. Sin embargo, la unidad del deseo y el deber (lo cual constituye el summum bonum) no es alcanzable por seres humanos finitos en un tiempo limitado.
6. Y la necesidad moral de hacer algo implica la posibilidad de hacerlo (deber implica poder).
7. Por lo tanto, es moralmente (prácticamente) necesario postular: a) una deidad que haga esta unidad posible (es decir, un poder para unirlas y b) la inmortalidad para hacer esta unidad alcanzable.[1]
Habiendo acomodado el argumento de esta manera es necesario señalar algunos matices importantes. Es decir, Kant dice que no es que la felicidad sea un elemento para fundamentar la moral (la virtud). Más bien, el ser morales nos hace “merecedores” o “dingos” de ser felices. Pero, esta felicidad del que ya es virtuoso (en términos kantianos, claro está), sólo se puede dar si se postula a Dios y a la inmortalidad como un presupuesto garante de ésta. Por eso, el filósofo de Königsberg dice lo siguiente:
Por esto la moral no es propiamente la doctrina que nos enseña cómo debemos hacernos felices, sino cómo llegar a ser dignos de la felicidad. Solamente cuando se agrega la religión se presenta también la esperanza de un día participar de la felicidad en la medida en que hemos procurado no ser indignos de ella. Uno es digno de poseer una cosa o un estado cuando el hecho de estar en esta posesión concuerda con el bien supremo. Ahora se puede comprender fácilmente que todo mérito depende de la conducta moral, porque en el concepto de bien supremo ésta constituye la condición de todo lo demás (lo que pertenece al estado de uno), i.e., de la participación en la felicidad. De donde se sigue que jamás se ha de tratar la moral en sí como doctrina de la felicidad, es decir, como una enseñanza para llegar a participar de la felicidad, porque ella sólo se ocupa de la condición racional (conditio sine qua non) de la felicidad, no de un medio para adquirirla. [2]
En otras palabras, si mi lectura de Kant es correcta, la moral debe perseguirse como fin en sí mismo. Sin embargo, una vez que se es virtuoso, de suyo, es racional creer que el virtuoso debe obtener una recompensa, porque parecería inmoral que tanto el justo como el injusto terminaran yendo al mismo lugar después de la muerte (a saber, el sepulcro). Aquí es importantes mencionar el contraste entre el pensamiento de Kant en contraposición al de los estoicos y los epicúreos. Tanto los estoicos como los epicúreos creían que, en última instancia, la virtud coincidiría con la moral. Así, mientras que, para los primero, el perseguir la virtud lo llevaba a uno a la felicidad, a los segundos, el perseguir la felicidad (entendida como placer o hedoné) llevaría inevitablemente a la virtud. De esta forma, se puede decir que (para utilizar terminología kantiana) su visón era una visión analítica. Por otro lado, Kant dirá que la experiencia humana universal desmiente la mentalidad estoica y epicúrea, en cuanto que ésta revela que en muchas ocasiones la virtud no lleva ni directa ni indirectamente al placer; a veces, el cumplir el deber no implica otra cosa que sacrificio. Y, en ese sentido, Kant tiene una visión más sintética.[3] Por las razones anteriores, Kant parece sugerir que Dios debe ser postulado como un presupuesto de la razón práctica para que nuestro sentido de bien, en tanto que ésta se entiende como summun bonum tenga sentido.
Breve evaluación del argumento kantiano
Mientras que Kant nunca ofreció su postulado como una prueba en el sentido estricto, es interesante notar su insistencia en este postulado como un presupuesto sine qua non del sentido último de la moralidad.[4] Claro que, si bien es cierto que su argumento ha generado muchas reformulaciones actuales, el argumento como lo ha formulado Kant tiene varias críticas que pueden ser planteadas desde distintos ángulos. Me permito, entonces, citar nuevamente a Geisler para esbozar algunos de estos puntos:
Se levanta un reto a las premisas de Kant. Los existencialistas, incluyendo a Jean-Paul Sartre y Albert Camus y ateos como Friedrich Nietzsche cuestionan el supuesto de que el más grande bien es alcanzable. Aunque ellos vivieron antes de Kant, Martín Lutero y Juan Calvino, junto con otros reformadores protestantes, niegan que el deber implique poder. Aún otros, desde Aristóteles en adelante, creyeron que el más grande bien [summum bonum] podía alcanzarse en esta vida.[5]
Si bien el hecho de que otros hayan propuesto esquemas filosóficos alternativos, en sí mismo, puede no representar ningún fundamento significativo más allá de un argumentum ad verecundiam para criticar la propuesta kantiana, los comentarios de Geisler son relevantes, en tanto que sugieren que las premisas del filósofo de Königsberg no son tan autoevidentes como éste pudo haber pensado. En este sentido, podría explicarse la aparente falta de argumentación más rigurosa al entenderse que el contexto intelectual en el que Kant vivía seguía teniendo matices cristianos. No obstante, pese a algunas deficiencias que el argumento pueda tener, es interesante notar la influencia tan significativa que éste ha tenido en la historia de la filosofía de la religión.
Bosquejo elemental de la influencia de Kant
Es necesario señalar que, de acuerdo con algunos autores, la influencia que Kant ha tenido en el argumento moral a favor de la existencia de Dios es innegable. Así, esto da pie a entender a muchos pensadores a lo largo de la historia post-kantiana como deudores de Kant, en algún sentido. Por ende, señalaremos a cinco pensadores que, siguiendo en alguna medida a Kant, han contribuido al debate contemporáneo de la filosofía de la religión, particularmente en el ámbito anglosajón.
En primer lugar, Henry Sidgwick en su obra The Methods of Ethics, escrita en el siglo XIX, afirma que el más grande problema de nuestra época es el “dualismo de la razón práctica”. En su esquema particular, Sidgwick habla del problema que constituye la conjunción de la felicidad personal y el sacrificio individual por el bien de la mayoría. Sin embargo, el hecho de que haya un conflicto entre estas propuestas no debe hacer a uno abdicar de la moralidad. Los profesores David Baggett y Jerry L. Walls lo resumen de la siguiente manera:
Sidgwick pensaba que las intuiciones fundamentales de la moralidad son tan independientemente autoevidentes como los axiomas de la geometría y, por tanto, no necesitan un fundamento, pero, debido al conflicto ocasional entre la realización individual contra la corporativa, debemos desechar nuestra esperanza de darle un sentido racional a la moralidad. El hecho de que el cumplir nuestro deber pueda no llevarnos a la felicidad personal o su cumplimiento, empero, desde su punto de vista, no proporciona ninguna buena razón para abandonar la moralidad.[6]
Si bien Sidgwick deja este problema mayormente si resolver, Baggett y Wells señalan que Sidgwick reconoce que postular la existencia de Dios resolvería este problema. No obstante, su fuerte convicción de que la moralidad es independiente de cualquier cosa no le permitió tomar el paso que Kant dio.
En segundo lugar, mientras que Sidgwick parece que dio un paso para atrás con respecto a Kant, Hastings Rashdall trató de ir un paso más adelante que el filósofo de Königsber. Rashdall razonó hacia la existencia de una Mente moral absolutamente perfecta, a partir de la objetividad de moralidad, entendida como ley moral. Geisler resume su argumentación de la siguiente manera:
1. Un ideal moral absolutamente perfecto existe (por lo menos psicológicamente en nuestras mentes).
2. Una ley moral absolutamente perfecta puede existir si y sólo si hay una Mente moral perfecta: (a) Las ideas sólo pueden existir si hay mentes (los pensamientos dependen de los pensadores). (b) Y las ideas absolutas dependen de una Mente absoluta (no de mentes individuales [finitas] como las nuestras).
3. Por lo tanto, es racionalmente necesario postular una Mente absoluta como la base de una idea moral absolutamente perfecta.[7]
Así, si una ley moral objetiva existe al margen de los pensadores, entonces, en última instancia, debe venir de una Mente absoluta e incondicional. Sin embargo, para poder defender este argumento como sólido, es menester probar la existencia de una ley moral y mostrar las razones por las cuales no podría uno simplemente conjeturar la idea de perfección en la mente sin que, por ello, tenga correlación con el mundo real.
En tercer lugar, W.R Sorley ofrece un argumento a favor de una premisa faltante en el caso de Rashdall, a saber, la objetividad de la ley moral. Geisler lo resume de esta forma:
1. Hay una ley moral objetiva que es independiente de la consciencia humana de que ésta es tal, y que existe a pesar de la falta de conformidad del ser humano con esta ley: (a) Las personas son conscientes de esta ley que va más allá de ellos mismos; (b) las personas admiten su validez antes de su reconocimiento de ella; (c) las personas reconocen el peso de esta ley sobre ellos, incluso aunque no se cumpla; (d) ninguna mente finita aprehende totalmente su significado; (e) todas las mentes finitas juntas no han alcanzado un acuerdo completo sobre su significado, ni conformidad con este ideal.
2. Pero las ideas existen sólo en las mentes.
3. De ahí se sigue que debe haber una Mente suprema (más allá de las mentes finitas) en la cual esta ley moral exista.[8]
En otras palabras, el hecho de que todo ser humano perciba algo que lo obliga a llevar a cabo ciertas acciones en el mundo natural parece implicar la necesidad de postular algo más allá del mismo mundo natural. Esto es así en virtud de que el mundo natural no prescribe leyes; sólo las describe (como Hume argumentó). Pero el hecho de que haya algo más allá del mundo natural parece implicar, para Sorely, una mente más allá del mundo natural. Por supuesto que, para que este argumento funcione se debería argumentar por la distinción entre una ley natural-científica y una ley moral, lo cual puede generar problemas.
En cuarto lugar, el filósofo Elton Trueblood construye sobre la base de los argumentos previos. Trueblood matiza los argumentos anteriores con base en algunos elementos de carácter semántico. Éste dice que, 1) si no se entendiera prima facie el significado de la ley moral, nunca habría desacuerdos morales, y cada persona estaría siempre en lo correcto desde su particular punto de vista. Es decir, no habría un significado objetivo en los términos éticos, lo cual implicaría que nadie nunca está mal. Ahora bien, 2) esta ley moral está más allá de los individuos, pues es reconocida por todos por igual (aunque en mayor o menor grado) y, por esta ley, todos son juzgados, al margen de que la cumplan o no (de hecho, el progreso mismo de la humanidad es juzgado por ésta). Más aún, 3) esta ley debe venir de un legislador con mente, pues una ley no tiene sentido si no viene de una mente. Además, no tiene sentido hablar de cumplir o no una ley si no había propósito detrás. 4) Trueblood concluye que debe haber una Mente moral y personal detrás de esta ley moral.[9]
En quinto y último lugar, C.S. Lewis desarrolló lo que la mayoría de los defensores del argumento moral contemporáneo consideran el mejor argumento a favor de existencia de Dios. C.S. Lewis argumentaba que, si el naturalismo ontológico es verdad, entonces, en último término, no existen razones genuinas para creer que la moralidad es objetiva, pues las creencias morales de los seres humanos son sólo el producto de la evolución darwiniana. Mark D. Linville lo resume en los siguientes términos:
De acuerdo con Lewis, sobre la base del naturalismo evolutivo, los dictados de la consciencia no son más que un agregado de impulsos subjetivos, los cuales, aunque distribuidos ampliamente a lo largo de nuestra especie, no pueden ser más verdaderos o falsos ‘que el vómito o un bostezo’. ‘Si el naturalista verdaderamente recordara su filosofía obtenida en la escuela’, entonces éste se daría cuenta de que el decir ‘debo’ está al mismo nivel que decir ‘me da comezón’, y ‘mi impulso de servir a la posteridad es sólo del mismo tipo que mi gusto por el queso’. La moralidad es entonces una ‘ilusión’, no más que un ‘giro en mi cabeza’.[10]
En todos estos pensadores parece existir una relación con el postulado de la razón práctica de Kant. Si bien me parece que paulatinamente éstos van superando a Kant, en alguna medida, en el fondo el lenguaje que utilizan refleja una estructura de argumentación trascendental, aunque, en ocasiones, ya no reflejen sus presupuestos dualistas y, en alguna medida, anti-metafísicos.
Reflexiones finales
Finalmente, como reflexión final, me parece de suma importancia mencionar algunos elementos contrastantes entre Kany y Lewis, especialmente en virtud de que Lewis es considerado como uno de los pensadores que mejor logró exponer y defender el argumento moral para la existencia de Dios, tal que muchos de los filósofos contemporáneos (como William Lane Craig, David Baggett, Jerry L. Walls, Robert Adams, Mark D. Linville, John Hare, entre otros) que ofrecen argumentaciones de carácter moral para defender el teísmo clásico como una opción plausible, o parten de la argumentación de Lewis o toman varios elementos de su argumentación.
Me gustaría señalar dos elementos que, a mi parecer, diferencian a Lewis de Kant. En primer lugar, en mi opinión, Lewis parte de la realidad de la experiencia moral y formula una suerte argumentum ad absurdum contra el naturalismo filosófico. Lo distintivo de este enfoque me parece ser que, mientras que Kant podría, en principio, afirmar la moral como autónoma y vinculante, aún en la ausencia de Dios, a Lewis le parece ridículo tener que seguir la ley moral si, en última instancia, no existe esta ley fuera del sujeto. Aunque la distinción es sutil, me parece que es relevante semejante a como el idealismo es distinto del realismo. En segundo lugar, me parece que Kant y Lewis se encuentran en contextos distintos. Mientras que, para Kant, la influencia del naturalismo no era tan poderosa, en los tiempos de Lewis, el ateísmo era más patente, lo cual, me parece, permitía ver con más claridad cuáles sería las consecuencias prácticas en el ámbito de la ética de negar la existencia de Dios.
Dicho lo anterior, la influencia de Kant resulta ser enorme. Y, si bien es probable que Kant se haya equivocado en algunos elementos de su filosofía y algunas de sus propuestas filosóficas hayan sido refutadas, el argumento moral para la existencia de Dios es indubitablemente vigente. Por lo tanto, creo que hay mucho campo abierto para seguir explorándolo como un argumento interesante y poderoso de la teología natural, la cual también ha experimentado un renacimiento considerable en estos últimos años.
Referencias
[1] Norman L. Geisler, «Moral Argument for God», Baker encyclopedia of Christian apologetics, Baker Reference Library (Grand Rapids, MI: Baker Books, 1999), 498. [2] Immanuel Kant, KpV, Trad. Dulce María Granja Castro, Biblioteca Immanuel Kant (México, D.F.: Fondo de Cultura Económica, 2005), 234-235 (p. 155). [3] Cf. Eusebi Colomer, El pensamiento alemán de Kant a Heidegger: tomo primero, La filosofía trascendental: Kant, (Barcelona: Herder, 1986), pp. 232-233. [4] Cf. Norman L. Geisler, «Moral Argument for God», Baker encyclopedia of Christian apologetics, Baker Reference Library (Grand Rapids, MI: Baker Books, 1999), 498. [5] Ibid., p. 498. [6] David Baggett & Jerry L. Wells, Good God, The Theistic Foundations of Morality, (New York: Oxford University Press, 2011), p. 13 (Traducción mía). [7] Norman L. Geisler, «Moral Argument for God», Baker encyclopedia of Christian apologetics, Baker Reference Library (Grand Rapids, MI: Baker Books, 1999), 498 (Traducción mía). [8] Norman L. Geisler, «Moral Argument for God», Baker encyclopedia of Christian apologetics, Baker Reference Library (Grand Rapids, MI: Baker Books, 1999), 499 (Traducción mía). [9] Cf. Ibid., p. 499. [10] W.L. Craig and J.P. Moreland. (2009). “The Moral Argument.” En The Blackwell Companion to Natural Theology (282-343). Oxford: Blackwell Publishing Ltd.
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