Por: Pablo Sotelo
Introducción
El tema de la Trinidad es sin duda uno de los ejes claves de toda confesión cristiana. De hecho, es bajo esta creencia (dogma) en donde nos conglomeramos las múltiples confesiones y tradiciones cristianas. Los grandes esfuerzos ecuménicos, sin duda, tienden a considerar los puntos clave de encuentro como fuentes de espiritualidad que unen a los cristianos. Entre otros temas como los mártires (testigos de la fe), los grandes principios éticos cristianos, etc., considero que el esfuerzo del filósofo y teólogo creyente sobre Dios Trino y Uno, es el principal. Pienso en una analogía entre la consideración contemporánea del opúsculo De ente et essentia de Tomás de Aquino como medular a todo su planteamiento, y la comparación con el diálogo ecuménico cuya base sea la reflexión sobre la Santísima Trinidad. Dicho de paso, de manera analógica, lo que el Aquinate expone en su opúsculo juvenil sobre la distinción entre el ente y la esencia, con el punto de referencia en Aquel en quien no hay distinción ni dependencia de otro, así los puntos de encuentro entre los cristianos como eje de referencia en la Santísima Trinidad que no depende de ninguna confesión. En sentido estricto Dios nos ha revelado su vida íntima y como un regalo nos lo ha comunicado. De hecho, la misma donación trinitaria (al amor entre las tres personas) son ya una invitación a la donación de la auténtica vida cristiana, enseñada por Jesucristo en su Cruz. Vista así, la realidad divina nos enseña que la humildad frente al misterio inefable de Dios Trino, debe ser una virtud y por tanto una exigencia para el auténtico diálogo ecuménico. Virtud que caracterizó al Aquinate y antes al Hiponense, pero ambos con su precisión y claridad terminológica siempre respetuosa del Inefable Dios y al mismo tiempo vivencial del Dios cercano. En este apartado, pretendemos introducirnos al planteamiento de san Agustín en el De Trinitate.
1. Doctor Gratiae
Así es titulado el Obispo de Hipona a partir de la controversia pelagiana, reafirmando el papel de la gracia frente a una libertad que pretendía alcanzar la salvación por su propio esfuerzo. Oriundo de Tagaste (354) en África, comúnmente conocido por su trayecto especulativo y existencial hasta su conversión (386), desarrollando fecundamente, a nivel intelectual y pastoral, su ministerio sacerdotal (391) y episcopal (395). Sin duda se puede recurrir a sus Confesiones para conocer su vida de manera objetiva en cuanto a su contexto, fechas y lugares que recorrió, sus obras, pero también al aspecto subjetivo (experiencial) del itinerario del santo. Por otro lado, se cuenta con el testimonio (primer biógrafo) de su discípulo y amigo el obispo Posidio, el cual elaboró una biografía[1] fiel a su vida[2] y a su legado después de su muerte (430). Considerado un gran filósofo[3] y teólogo[4] cristiano. Proclamado en 1295 como Doctor de la Iglesia por el papa Bonifacio VIII. Los temas sobresalientes y ejes de su pensamiento son el alma (Antropología-interioridad), el camino para llegar a Dios (Ética) y Dios (Teología): especialmente Dios Trino.
2. De Trinitate
El pensamiento de San Agustín sobre la Teología trinitaria es parte de la cumbre del pensamiento patrístico latino y culmina el desarrollo maduro de los planteamientos previos y contextuales al Hiponense, por ello algunos coindicen en que podría ser llamado Doctor Trinitatis. El De Trinitate fue de los pocos textos latinos traducidos al griego, llegó a convertirse en libro de lectura patrística obligatoria en la Edad Media y no habrá autor posterior que no la tome como referencia o desarrolle a partir de ahí.
El Hiponense trata el tema de la Trinidad en otros lugares de sus obras[5] (Confesiones, De Civitate Dei, De fide et symbolo, sermones, etc.) pero la madurez sintética y en donde integra la tradición oriental y latina es en este Tratado. El motivo, por tanto, de esta exposición es integrar de manera completa lo que no encontró en los escritos anteriores y también responde a su itinerario espiritual-especulativo, consciente del misterio inefable de la Trinidad. Algunos historiadores postulan fechas de la composición[6] de los XV libros del Tratado entre el 399 al 419; para nuestro interés el libro VI entre los años 400 a 401. Para estas fechas ya contaba con la consolidación de la fe cristiana en la divinidad de Jesucristo con Concilio de Nicea (325) y la divinidad del Espíritu Santo con Constantinopla (381).
Quedaban en disputa los temas exegéticos (interpretación bíblica) y los problemas conceptuales (especulación – lenguaje). A ello también responde el plan estructural-argumentativo de su obra. Hay quienes dividen su planteamiento[7] en dos aspectos: escriturístico y especulativo. Difieren en cuanto al orden de los libros o pertenencia de aspecto, pero concuerdan en que el libro VI se encuentra dentro de la formulación del dogma, incluyendo distinciones/precisiones terminológicas, teniendo como eje de fondo, el exponer que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son una sola sustancia o esencia. El punto de partida será la fe de la Iglesia enunciada en los símbolos, con la peculiaridad de la unidad divina y la igualdad de las personas, presente en los Padres de la Iglesia previos.
3. La precisión terminológica del Dios Trino y Uno
El planteamiento en el libro VI se debe encuadrar dentro de la unidad que compone todo el Tratado y, por lo tanto, conforme al plan general de la obra. Brevemente, sienta primero la demostración sólida, a partir de las Sagradas Escrituras, sobre la unidad de esencia. Se debe tener presente el punto de inicio, del Concilio de Nicea (Credo in unum Deum) y cómo busca exponer que no hay contradicción entre la fe de la Iglesia y la Biblia, como opinaban los arrianos, entre otros. En seguida, viene la especulación agustiniana a partir de la unidad del Dios único y verdadero, para declarar que Dios es Trino y Uno. Aquí se ubica el libro VI, en la precisión terminológica.
Entrando al libro VI, nos sintetiza la aclaración que realizará de Cristo como poder y sabiduría de Dios sin que la igualdad entre Dios Padre y Dios Hijo quede disminuida/subordinada a partir de dicho pasaje de la Escritura donde san Pablo da a entender que el Padre engendra la sabiduría. A pesar de ser engendrado el Hijo, es coeterno con el Padre ya que la misma eternidad del Padre impide que en algún tiempo no posea el poder o la sabiduría. Es decir, al ser imposible que carezca de ella, declara que el Hijo siempre ha existido, pues el Hijo es la sabiduría del Padre. Ello también nos conduce a afirmar que el Padre es la misma sabiduría y el mismo poder, los cuales se identifican en El ya que sus atributos son idénticos al responder a su unidad.
Se adentra luego en la precisión terminológica de lo substancial y lo relativo en Dios. Todo aquello que a la substancia divina se refiera se predica de ambos, como la sabiduría, la bondad, la verdad, la belleza, la grandeza, el poder. Aquello que se predique respecto a las relaciones, se predica de manera única: el Padre es el que engendra, el Hijo es el engendrado, el Verbo es el Hijo, pero el Verbo no es el Padre, el Hijo es Imagen del Padre, el Verbo es Dios ya que estaba con el Padre, pero el Verbo no es el Padre. El Hijo es Dios de Dios, luz de luz ya que se predican respecto a la esencia y no se explican sin la referencia del uno con respecto al otro. Que sea luz de luz o Dios de Dios indica por ejemplo que el Hijo participa de la misma eternidad y por tanto, el que engendró no preexiste al que fue engendrado. Así se explica que el Padre y el Hijo sean uno, en esencia no según relación.
Sobre la unidad, el Padre y el Hijo son uno, explica que lo son en cuanto su naturaleza o esencia. En cambio, la unidad de Dios y el hombre, al ser diversos, explica fundición e integración a Dios, ahí el hombre alcanza únicamente la felicidad: en Dios. Respecto al sentido de grandeza en el Padre respecto al Hijo, san Agustín comienza el planteamiento advirtiendo que solo existe igualdad perfecta en aquella que no excluya igualdad de atributos.
El Hijo es igual al Padre en sabiduría. Para ello explicará que, debido a la simplicidad de la inconmutable y eterna substancia, cada atributo/virtud en Dios es la misma realidad. Dios de Dios indica divinidad de un solo Dios, así todo lo que se diga de Dios que se refiera a su divina substancia, se aplicará al Padre y al Hijo, incluso a la Trinidad indivisa. Por tanto, el Hijo es, en todo, igual al Padre.
Ahora bien, el Espíritu Santo es consubstancial al Padre y al Hijo, por la comunión eterna en la caridad. Dicha caridad es substancial, ya que Dios es caridad según la Escritura, y esto es algo que se predica de la esencia divina. Por ello San Agustín declara que:
“El Espíritu Santo subsiste en esta unidad e igualdad de substancia. Ora se le llame unión, santidad o amor de ambos; ora unidad, porque es amor, o amor, porque es santidad; pues es manifiesto que ninguno de los dos es la unión que a ambos enlaza, en virtud de la cual es amado por el que lo engendró y ama a su procreador, haciendo permanente la unidad de espíritu en el vínculo de la paz, y por participación, sino por su propia esencia; no mediante la gracia de un ser superior, sino por sí mismo.”[8]
Sobre la unidad trinitaria, San Agustín declaró que la conforman las tres personas: la persona del Padre, que ama al que procede de ella (el Hijo), la persona del Hijo que ama a aquel de quien todo procede (el Padre) y el amor (la persona del Espíritu Santo). Sin embargo, Dios no es triple. Para ello, partirá de analizar como lo múltiple se da en lo simple: por ejemplo, las afecciones/movimientos del alma, la cual a pesar de parecer simple es mudable y por tanto su naturaleza es múltiple como toda criatura. La mutabilidad entonces menta imperfección y la simplicidad menta inmutabilidad por su perfección. A decir de los atributos divinos, no indican multiplicidad en Dios pues se ha visto que refieren una misma esencia divina. De modo similar, cuando analiza la Trinidad, no debemos triplicar a Dios. De ahí que el Padre y el Hijo sean uno, en cuanto a la unidad divina. Al adherirse el Hijo al Padre, no lo hace mayor. Tampoco cuando el Espíritu Santo se une a ambos, pues su perfección es una misma.
El Padre es Dios verdadero, pero según la interpretación de los arrianos no lo sería el Hijo ni el Espíritu Santo debido a la falta de mención explícita en las Escrituras. San Agustín declara que las tres personas juntas son el Dios verdadero, y desarrollará el Verbo en libros posteriores. Por ahora deja demostrada la igualdad y unicidad substancial de la santísima Trinidad.
Finalmente analiza las propiedades que sintetiza san Hilario sobre la Trinidad: al Padre (la eternidad), al Hijo (la belleza en la Imagen) y al Espíritu Santo (el uso en el Don). La eternidad hace referencia a que no es engendrado ni procede de algún otro, también indica la coeternidad del Hijo. La belleza en la Imagen se refiere a la especie que surge de la perfección de semejanza y total proporción:
“Ahí radica la vida inicial y suprema donde no es una cosa el vivir y otra el ser, sino que ser y vivir se identifican; allí está la inteligencia primera y soberana, para la que no es una cosa vivir y otra entender, sino que es una misma realidad vivir, entender y ser, y todo es unidad; como Verbo perfecto al que nada falta, arte del Dios sabio y todopoderoso, que en su plenitud contiene las razones inconmutables de todos los vivientes; en quien todos son unidad, como ella es unidad de unidad, y uno con ella.”[9]
Se vislumbra en este último capítulo la doctrina de san Agustín sobre los vestigia Dei, vestigios en la creación en donde se refleja la Santísima Trinidad. Dios ha creado las cosas, de las cuales posee la verdad pues las conoce perfectamente, dándoles el ser y su existir. En cuanto al Espíritu Santo, el amor, fruición y gozo se difunde en toda la creación si ésta se ordena a su fin. Al ser creadas por el artesano divino manifiestan los trascendentales: unidad, belleza y el orden divino. Por ello reflejan también a la Trinidad, postulando así un tipo de argumento para la existencia de Dios, origen de todo lo creado: “Es, pues, necesario conocer al Hacedor por las criaturas y descubrir en éstas, en una cierta y digna proporción, el vestigio de la Trinidad. Es en esta Trinidad suma donde radica el origen supremo de todas las cosas, la belleza perfecta, el goce completo.”[10]
4. Conclusión
El misterio trinitario, desde este libro del De Trinitate de San Agustín es complejo y por tanto precisaría de un estudio completo y amplio de la obra entera, no sólo de este Tratado, al menos de las obras que se adentran al tema de la Trinidad, lo cual es bastante extenso. Sin embargo, desde mi lectura y estudio considero que el misterio de la Trinidad se puede abordar a partir de las Sagradas Escrituras pero que es preciso una hermenéutica (analógica quizá como en M. Beuchot, u otros) que responda a las exigencias contemporáneas sin que traicione (omita) la Tradición, las Sagradas Escrituras y los desarrollos ecuménicos en conjunto. Sin duda es importante el testimonio y la herencia de los Padres de la Iglesia, así como las demás ciencias humanas que nos ayuden a esclarecer lo histórico y filológico del autor y la obra en cuestión.
Entiendo que, al ser un dogma de fe, excede la capacidad humana de explicación satisfactoria desde un ámbito únicamente especulativo. Por ello, entiendo que San Agustín comience y afianza toda la estructura y plan de su obra, a partir de la Sagradas Escrituras. Siendo el dato revelado el garante de nuestro conocimiento acerca de Dios y de la Trinidad en específico. La mayoría de los filósofos cristianos consideran que la Trinidad divina es algo que sobrepasa la razón, inefable. En el caso de san Agustín, el tema fue tan apasionante por toda su trayectoria especulativa, aunque siempre se mantuvo humilde frente al misterio divino.
Dado que el Libro VI apenas esboza la doctrina de los vestigia Dei y la cristología de san Agustín, me limito a decir que son/serán elementos importantes en su teología trinitaria. Los vestigios de Dios en toda criatura se encontrarán mejor en el hombre, al ser imago Dei. San Agustín expone las triadas presentes en el alma humana, y también se convierte en un tipo de argumento psicológico para la existencia de Dios. Sin embargo, la perfección de reflejo no será el hombre sino la Imagen perfecta del Padre: Jesucristo. Por ello, el estudio sobre la Trinidad está incompleto si no se aborda la Cristología, la cual de hecho es clave para entender su planteamiento, como lo esbozo en el Libro VI y lo abordará en otras obras.
Sin duda, la humildad, en el terreno especulativo y hermenéutico del misterio divino en las Sagradas Escrituras, es una virtud necesaria para abordar este tipo de temas. Sin duda, lo es también para el diálogo ecuménico.
Referencias bibliográfica
[1] La Vita S. Augustini redacta la parte apostólica y virtuosa del Obispo de Hipona, distinto a cómo se considera él mismo en sus Confesiones. Cfr. Capanaga, V., Obras de San Agustín. Tomo I. Introducción general y primeros escritos, BAC, Madrid, 1969, pp.295-366. [2] Este tipo de escritos, o género (vida de santos) es ya una tradición del cristianismo Cfr. González, S., Análisis de un género literario: Las vidas de santos en la Antigüedad tardía, Ediciones Universidad de Salamanca, España, 2000. [3] El recorrido especulativo de Agustín en el terreno de la Filosofía es extenso y enriqueció su pensamiento; se pueden notar influencias, en sus escritos, de pensadores clásicos (Virgilio, Cicerón, Marco Aurelio, etc.) como de cristianos (san Ambrosio, Simpliciano, Tertuliano, Cipriano, Lactancio, Filón, Arnobio, Optato, Orígenes). Cfr. Alesanco, T., Filosofía de San Agustín. Síntesis de su pensamiento, Editorial Augustinus, Madrid, 2004, pp. 14-18. [4] Cfr. Sciacca, M., San Agustín, Editorial Luis Miracle, España, 1955. Ulpiano Álvarez (tr.). [5] Cfr. M. Arias, La Doctrina Trinitaria de San Agustín, en «Teología y vida», 30(1989), p.250 [6] Se difiere la duración por la indicación de Agustín en la carta/prólogo dedicada al Papa Aurelio (16 años). Cfr. San Agustín, De Trinitate, Epístola CLXXIV. [7] Cfr. M. Arias, La Doctrina Trinitaria de San Agustín, en «Teología y vida», 30(1989), pp. 253-256. [8] San Agustín, De Trinitate, VI, 5, 7. [9] San Agustín, De Trinitate, VI, 10, 11. [10] San Agustín, De Trinitate, VI, 10, 12.
Comments