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Reflexiones sobre los ciclos y patrones de la narrativa en 100 años de soledad




Por: Juan José Sánchez


Gabriel García Márquez es, sin lugar a dudas, una de las figuras más relevantes en el periodo de la Nueva Narrativa Latinoamericana, particularmente en tanto en cuanto referido a su opus magnum, a saber: Cien años de soledad. Dicha obra se presenta a sí misma como una narrativa compleja, repleta de elementos cotidianos, los cuales se encuentran en una paradójica relación con una serie de elementos mágicos e increíbles. Sin embargo, entre tales elementos, probablemente unos de los que más resalta en la narración es el elemento cíclico a lo largo de la historia. Por consiguiente, surge naturalmente la pregunta de si es posible encontrar un patrón particular a lo largo de Cien años de soledad. En otras palabras, asumiendo que se puede encontrar manifiestamente esta ciclicidad de facto—en términos de patrones estructurales claros y distintos—es menester plantearse la siguiente pregunta: ¿cuál es el patrón general que dicha narrativa sigue en lo concerniente a las características de algunos personajes? Para llevar cabo dicha pesquisa, se buscará hacer un análisis sucinto, en términos exegéticos, a partir de la repetición de los nombres y actitudes de los diferentes Aurelianos que aparecen a lo largo de la historia (con la excepción de José Arcadio Segundo y Aureliano segundo). La justificación para proceder de dicha manera se encuentra en un pensamiento de Úrsula, el cual señala lo siguiente:

Se llamará José Arcadio—dijo. Fernanda del Carpio, la mujer con quien se había casado el año anterior, estuvo de acuerdo. En cambio [sic] Úrsula no pudo ocultar un vago sentimiento de zozobra. En la larga historia de la familia, la tenaz repetición de los nombres le había permitido sacar conclusiones que le parecían terminantes. Mientras los Aurelianos eran retraídos, pero de mentalidad lúcida, los José Arcadio eran impulsivos y emprendedores, pero estaban marcados por un signo trágico. Los únicos casos de clasificación imposible eran los de José Arcadio Segundo y Aureliano Segundo. (García-Márquez, 2007, p. 211).

Así pues, si dicha hipótesis resulta plausible, se confirmará que existen por lo menos algunos patrones claros y distintos a partir de los nombres de la estirpe Buendía, particularmente los Aurelianos. A su vez, si se confirman dichos patrones, éstos pueden constituir evidencia retroactiva ipso facto para confirmar la suposición de que existe una ciclicidad a lo largo de la narrativa de Cien años de soledad.


Ahora bien, un análisis de algunos pasajes de Cien años de soledad permitirá esclarecer la tesis fundamental sobre la relación existente entre los nombres de los personajes y sus personalidades. Por ende, a continuación, se analizarán tres Aurelianos en particular: el coronel Aureliano Buendía, 1 de los 17 Aurelianos (tomado como muestra representativa, debido a brevedad de este análisis) y Aureliano Babilonia.


En primer lugar, es menester analizar algunas de las características generales del coronel Aureliano Buendía, en especial porque, dado que él es el primer Aureliano en la estirpe de los Buendía, éste puede fungir como criterio primordial para determinar si el resto de los Aurelianos tienen características lo suficientemente parecidas al coronel Aureliano. En este sentido, el comentario anteriormente citado resulta sumamente sugerente: “Los Aurelianos eran retraídos, pero de mentalidad lúcida” (García-Márquez, 2007, p. 211). Así pues, si esto es cierto, cabrá la posibilidad de encontrar abundante evidencia textual para justificar dicha opinión, lo cual, de hecho, es el caso.


La opinión de Úrsula puede ser fácilmente constatada a través de una lectura general de la vida del coronel Aureliano tanto en su modus operandi anteguerra como en su modus operandi postguerra. Definitivamente se puede observar que Aureliano era retraído y silencioso. Sin embargo, dichas características parecen estar establecidas claramente desde su mismo nacimiento:

Aureliano, el primer ser humano que nació en Macondo…[e]ra silencioso y retraído. Había llorado en el vientre de su madre y nació con los ojos abiertos. Mientras le cortaban el ombligo de cuarto, y examinaba el rostro de la gente con una curiosidad sin asombro…Úrsula no volvió a acordarse de la intensidad de esa mirada hasta un día en que el pequeño Aureliano…entró a la cocina en el momento en que ella retiraba del fogón y ponía en la mesa una olla de caldo hirviendo. El niño, perplejo en la puerta, dijo: “Se va a caer” …tan pronto como el niño hizo el anuncio, inició [la olla] un movimiento irrevocable hacia el borde, como impulsada por un dinamismo interior, y se despedazó en el suelo. (García-Márquez, 2007, p. 24).

Asimismo, se puede observar que en el periodo posguerra, el coronel Aureliano, no sólo era retraído, sino también se puede encontrar evidencia de su perspicacia, en tanto que, cuando nadie más se daba cuenta de lo especial que era Remedios, la bella, el coronel Aureliano lo tenía bastante claro. Mientras los demás pensaban que Remedios, la bella, era retrasada mental, éste tenía mucha claridad con respecto a sus características semidivinas, lo cual enfatiza nuevamente la lucidez característica de los Aurelianos:

Parecía como si una lucidez penetrante le permitiera ver la realidad de las cosas más allá de cualquier formalismo. Ese era el punto de vista del coronel Aureliano Buendía, para quien Remedios, la bella, no era en modo alguno retrasada mental, como se creía, sino todo lo contrario. “Es como si viniera de regreso de veinte años de guerra”, solía decir. (García-Márquez, 2007, pp. 228-229).

En segundo lugar, se puede analizar los nacimientos de los Aurelianos, quienes, al nacer, como su padre antes que ellos, tenían ciertos rasgos semejantes a los del coronel Aureliano, los cuales delatan sus lucidez y perspicacia:

Pocos meses después del regreso de Aureliano José, se presentó en la casa una mujer exuberante, perfumada de jazmines, con un niño de unos cinco años. Afirmó que era hijo del coronel Aureliano Buendía y lo llevaba para que Úrsula lo bautizara. Nadie puso en duda el origen de aquel niño sin nombre: era igual al coronel por los tiempos en que lo llevaron a conocer el hielo. La mujer contó que había nacido con los ojos abiertos mirando a la gente con criterio de persona mayor, y que le asustaba parpadear. “Es idéntico”, dijo Úrsula. “Lo único que falta es que haga rodar las sillas con solo mirarlas”. (García-Márquez, 2007, p. 177).

En tercer lugar, Aureliano Babilonia es, sin lugar a dudas, el epítome de un patrón claro, repetido en términos del coronel Aureliano Buendía. Desde su nacimiento, Aureliano Babilonia fue obligado a vivir en el confinamiento de su hogar por Fernanda de Carpio, la cual había organizado la muerte de Mauricio Babilonia, después de sospechar que éste estaba viendo en secreto a Meme. Sin embargo, aunque Fernanda le hubiera permitido vivir de manera no aislada, parece que Aureliano Babilonia no hubiera tenido ninguna verdadera razón, en un primer momento, para salir al mundo exterior. Además, fue precisamente este recato lo que le dio la capacidad, dada su natural capacidad cognitiva y perspicacia (tal y como las tenía el coronel Aureliano Buendía), para leer los manuscritos de Melquíades.

En concusión, se puede afirmar que, indubitablemente, existen suficientes indicios a lo largo de las páginas de Cien años de soledad para sugerir fuertemente la veracidad de tesis principal, a saber, que se pueden encontrar ciertos patrones claros a lo largo de la obra. Esto es reforzado por los mismos personajes de la obra, tanto por Úrsula como por Pilar Ternera, las matriarcas, cuyas intuiciones parecen ser constantemente certeras. Como señala Pilar Ternera conclusivamente cuando Aureliano tenía una crisis de amor:

Cuando Aureliano se lo dijo, Pilar Ternera emitió una risa profunda, la antigua risa expansiva que había terminado por parecer un cucurrucuteo de palomas. No había ningún misterio en el corazón de un Buendía, que fuera impenetrable para ella, porque un siglo de naipes y de experiencia le había enseñado que la historia de la familia era un engranaje de repeticiones irreparables, una rueda giratoria que hubiera seguido dando vueltas hasta la eternidad, de no haber sido por el desgaste progresivo e irremediable del eje. (García-Márquez, 2007, p. 448).

Referencias

Gabriel García Márquez. (2007). Cien años de soledad. Colombia: Real Academia Española.

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