Por: Juan José Sánchez A.
La empresa filosófica existe como tal, en parte, a razón de la insuficiencia que en ocasiones puede hallarse en algunas de las concepciones comunes entre las personas, incluyendo la naturaleza e implicaciones lógicas de dichas concepciones. Sin embargo, resulta patente que el trabajo de la filosofía (como se ha entendido tradicionalmente), lejos de buscar la confusión de las personas menos reflexivas, busca la clarificación y el entendimiento de la realidad y sus órdenes estructurales últimos. Esta realidad incluye incuestionablemente la realidad histórica. El profesor José Ferrater Mora señala en su Diccionario de filosofía que fue Voltaire el que acuñó el término «filosofía de la historia», para referirse, grosso modo, a la reflexión filosófica cuyo principal objeto de estudio es la concepción de historia, la metodología de la historia y, principalmente, las condiciones de posibilidad mismas de la historia.[1] En efecto, el profesor R.G. Collingwood señala muy atinadamente que al filósofo de la historia «le compete, pues, preguntar, no qué clase de sucesos fueron y cuándo y dónde acontecieron, sino cuál es su condición que hace posible que el historiador pueda conocerlos».[2] Aunque pudiera parecer una mera perogrullada, la realidad es que el estudio de la filosofía de la historia, de suyo, está repleto de vicisitudes complejas y aparentemente interminables. Por consiguiente, resulta menester tratar de describir la faena que lleva a cabo la filosofía de la historia a partir de uno de sus problemas particulares, a saber, la dificultad de determinar qué es un hecho histórico.
Así pues, con vistas a llegar a la consecución de dicho objetivo, se abordarán tres cuestionamientos principales. En primer lugar, se planteará la pregunta de cuáles son algunas de los criterios y condiciones necesarias (aunque no necesariamente las condiciones suficientes) para poder afirmar que un acontecimiento particular es un hecho histórico. En segundo lugar, se intentará analizar el problema general del tiempo entre el evento en cuestión y la determinación de lo que constituye un “hecho histórico” para los historiadores. Finalmente, en tercer lugar y a modo de conclusión, se sugerirá una suerte de definición tentativa de lo que constituye un “hecho histórico” para efectos prácticos.
En primer lugar, para poder comprender con exactitud qué es el hecho histórico, es necesario describir algunas de sus características principales. En este sentido, si dichas características y atributos describen adecuadamente al hecho histórico, éstos pueden fungir como criterios prima facie válidos para determinar (por lo menos inicialmente) la naturaleza del hecho histórico. De nuevo, parece importante recordar que, si bien la concepción de hecho histórico que se establezca no necesariamente va a ser la misma que aquella concebida por “el sentido común”, tampoco es necesario negarla en su totalidad. No la niega; la trasciende. En otras palabras, aunque la concepción filosófica trascienda la concepción ordinaria, difícilmente puede el filósofo rechazar absolutamente la concepción común. Por lo tanto, parece plausible sugerir tres características principales del hecho histórico: a) es un evento que ocurrió en el pasado; b) es un evento que ha sido registrado a través del testimonio de otro ser humano; c) es un evento que tuvo gran relevancia para un grupo determinado de personas.
De esta manera, un evento histórico indubitablemente debe haber ocurrido en el pasado. Es posible sugerir que, sea lo que sea que la historia sea, no hay duda de que la historia investiga el pasado. Como dice Collingwood: “Una ciencia difiere de otra en que averigua cosas de diferente clase. ¿Qué clase de cosas averigua la historia? Respondo que averigua res gestae, es decir, actos de seres humanos que han sido realizados en el pasado”.
Asimismo, parece existir un común acuerdo en que la historia es tal en tanto que estudia el pasado registrado por algún ser humano, porque aquellos acontecimientos del pasado que no están registrados por escrito, en términos de documentos fidedignos, o por algún medio semejante (v.gr., videos, testimonios orales, etc.) difícilmente puede contar como método fiable para estudiar el evento del que se da testimonio.
De igual forma, como corolario del punto b), no todo evento es un evento histórico, puesto que no todo evento se registra adecuadamente por otro ser humano. Hay un sinnúmero de acontecimientos que toman lugar todos los días sin la correspondiente tenencia de un registro como el que se aludía con anterioridad. Más bien, parece que los historiadores son bastante selectivos al momento de elegir qué acontecimientos estudiar. Es decir, debe un hecho ser relevante para un gran número de personas. Esta situación establece, en último término, la intuición fundamental de que, aunque todo lo histórico es pasado, no todo lo pasado es histórico.
En segundo lugar, habiendo estos criterios primigenios, resulta menester señalar una dificultad que existe en la relación de estos criterios. Pues, si bien es cierto que la historia estudia el pasado, esto suscita la ineluctable pregunta siguiente: ¿todo pasado que tenga un registro por otro ser humano y sea relevante es un hecho histórico? Algunos teóricos sugieren que no se le puede considerar un hecho histórico aquel evento del cual no ha tomado una cierta distancia el historiador. Sin embargo, esta formulación trae consigo varios cuestionamientos importantes, como los siguientes: ¿qué significa “una cierta distancia”? Es decir, ¿cuánta distancia es suficiente para la determinación de un evento como hecho histórico? ¿Para todo hecho histórico se necesita la misma distancia? Si sí, ¿qué determina que para un hecho histórico se necesite una cierta distancia y para otro hecho histórico se necesite otra distancia? Si es cuestión de relevancia e importancia en la afectación de un determinado número de personas, ¿quién determina la importancia y relevancia de dicho hecho histórico? ¿Dichos criterios serían de carácter cualitativo o cuantitativo? Desde luego que la mayoría diría que, dada la complejidad del asunto, debe ser de carácter cualitativo, pero ¿es cuestión de prudencia? Estos y otros interrogantes se suscitan con el estudio del “hecho histórico”.
Finalmente, en tercer lugar, es menester sugerir que, pese a los múltiples problemas subsecuentes que se puede hallar en la determinación del hecho histórico y sus criterios, esto no resulta una razón suficiente para abandonar dichos criterios en su totalidad. Parece, más bien, que existe la posibilidad de matizarlos de tal forma que se pueda construir una aproximación más sólida al quid del hecho histórico. Sin embargo, la última pregunta es bastante sugerente: ¿es ésta una cuestión prudencial? Si bien difícilmente se puede afirmar que la prudencia sea el único criterio, pero sí que puede fungir como una de las claves fundamentales para la determinación de un evento histórico. En todo caso, eso sería una pregunta para futuras investigaciones.
REFERENCIAS [1] Cf. J. Ferrater Mora, Diccionario de filosofía (Buenos Aires: Editorial Sudamericana, 1975), p 850. [2] R.G. Collingwood, Idea de la historia (Distrito Federal: Fondo de Cultura Económica, 1984), p. 13.
Comments