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Reflexiones sobre la traducción




Por Juan José Sánchez Altamirano

Introducción

Hay un conocidísimo dicho italiano que dice: «traduttore, traditore», lo cual significa ‘traductor, traidor’. La razón de que éste sea el caso será una perogrullada para todo aquél que haya llevado a cabo traducciones en diversos ámbitos. La evidencia de tal dictum puede ilustrarse de una manera jocosa con una historia que me contaron alguna vez:


En una ocasión, el estadounidense Johnny Sanders –que no hablaba español– había robado un gran tesoro de algunos criminales locales mexicanos –los cuales no hablaban inglés –. Naturalmente, el robo de dicho tesoro hizo enfadar a los criminales, mismos que emprendieron una búsqueda de Johnny. Después de algunos días, encontraron a Johnny en un bar. Y le preguntaron dónde estaba su tesoro. Sin embargo, como Johnny no sabía español no les entendió. En este punto, los maleantes preguntaron si alguno de los que estaban en el bar sabía inglés, pregunta que fue tímidamente respondida por Pedro Jiménez afirmativamente. Así pues, con pistola en mano, los maleantes lo obligaron a interpretar sus palabras a Johnny. La conversación que tuvo lugar ocurrió de esta manera:

—Maleantes: «¿Dónde está nuestro dinero?».

—Pedro interpreta diciendo: «Te preguntan que dónde está su dinero».

—Johnny dice en inglés: «No sé».

—Maleantes dicen a Pedro: «Dile que, si no nos dice dónde está el tesoro, vamos a darle un plomazo».

—Pedro le dice: «Dicen que, si no les dices dónde está el tesoro, te van a disparar».

—Johnny espantado y temblando dice en inglés: «Partiendo de la parte de atrás del bar, hay que caminar 25 metros al oeste, dar vuelta en U y encontrar un árbol con hojas naranjas. Una vez encontrado, hay que cavar 5 metros para encontrar el tesoro».

—Para lo cual, después de haber meditado en lo dicho, Pedro responde: «Dice Johnny: “Adelante, tonto. Dispara”».


Hay que señalar que esta historia suscita algunos cuestionamientos interesantísimos con respecto al papel del traductor y, aún más, al proceso y metodología propia de cualquier posible traducción. Así pues, me gustaría explorar de manera sumamente sucinta estos cuestionamientos sobre la base de una tesis rectora, a saber: que el proceso de traducción se lleva a cabo por parte del traductor a partir de una inferencia de tipo abductiva. Con vistas a explicar dicha tesis, será menester realizar tres tareas. En primer lugar, definiré breve y esquemáticamente lo que se entiende, por un lado, como un razonamiento de carácter abductivo y, por otro lado, lo que se entiende por traducción; y sobre el entendimiento de la traducción haré dos observaciones sobre las dificultades de ésta. En segundo lugar, esbozaré lo que considero son los tres niveles de análisis sine qua non que deben tener lugar en el proceso traductológico, especialmente en cuanto que relacionado con la fase de la comprensión. Finalmente, intentaré situar a la inferencia abductiva en relación con el tercer nivel del análisis traductológico, especialmente con respecto a la fase de la expresión. Habiendo dicho esto, pasaré de lleno al análisis en cuestión.


Definiciones

En primer término, hay que definir qué se entiende por el concepto abducción, vocablo que proviene del latín ab: ‘desde’ y duco, ducis, ducere, duxi, ductum, que significa ‘sacar de’, ‘conducir’, ‘hacer derivar de’, etc. Ahora bien, según la Standford Encyclopedia of Philosophy, el término abducción puede ser entendido en dos sentidos diversos. Por un lado, puede ser entendido en términos de un razonamiento explicativo para generar hipótesis, mientras que, por otro lado, puede ser utilizado como un razonamiento explicativo que busca más bien justificar hipótesis.[1] En este caso, vamos a entender mayormente el concepto de abducción en el contexto de la justificación de las hipótesis durante el ejercicio de traducción. Pero ¿qué es la abducción?


Generalmente, se ha sugerido que hay grosso modo tres grandes tipos de inferencias lógicas: la deducción, la inducción y la abducción. Las explicaré brevemente con vistas a obtener una caracterización general de la abducción. La deducción es un razonamiento inferencial que parte de ciertas premisas cuya validez reside en su carácter estructural y formal, mientras que su solidez reside en su veritatividad referencial extralingüística, es decir, en sentido lato, en su adequatio intellectus ad rem; a partir de dichas premisas se llega a una conclusión. Este conocidísimo tipo de razonamiento puede ejemplificarse con el siguiente silogismo: 1) Todos los hombres son mortales; 2) Pedro es un hombre; 3) por lo tanto, Pedro es mortal. Se dice usualmente que la conclusión obtenida a partir de la inferencia de este tipo de razonamiento es necesaria.


Luego, la inducción puede entenderse de momento, a grandes rasgos, como un razonamiento del tipo probabilístico. Pensemos en el siguiente escenario: 1) 96 por ciento de los alumnos de la Academia de Lenguas Clásicas Fray Alonso de la Veracruz saben latín y griego; 2) Juanito es un estudiante de la Academia de Lenguas Clásicas Fray Alonso de la Veracruz; 3) por lo tanto, Juanito (probablemente) sabe latín y griego.


Finalmente, la abducción se entiende en sentido general como una «inferencia a la mejor explicación». Digamos que Fulano y Perengano están tratando de resolver un caso policiaco. Tienen una serie de hechos: hay una persona muerta con un cuchillo en la espalda, que fue hallada en su casa, la cual está, por cierto, bastante desordenada. Fulano sugiere la hipótesis 1: que un extraterrestre lanzó un rayo láser que entró por la ventana, rebotó en las paredes varias veces hasta que chocó con un cuchillo que estaba en la cocina y salió volando hacia la espalda de la persona que murió. Por otro lado, Perengano sugiere hipótesis 2: una persona entró a la habitación, tomó el cuchillo y se lo clavo al sujeto que se halla muerto en el suelo. Ambas hipótesis explicativas son posibles. Sin embargo, una de esas hipótesis es más plausible que otra, es decir, explica mejor los hechos[2]. Así pues, podría decirse que la abducción es un razonamiento semejante al que llevan a cabo los detectives.


Por otro lado, habiendo esclarecido a qué me refiero con una explicación de carácter abductiva, es menester clarificar qué quiero decir con el término traducción. Este término proviene de traduco, traducis, traducere, traduxi, traductum, que tiene el sentido de ‘hacer pasar algo de un lugar a otro’. Ahora bien, se puede entender traducción en dos sentidos: traducción qua proceso o traducción qua producto. En este caso, ha de entenderse traducción como el proceso que permite que el significado y sentido en una lengua original se transmita a una lengua terminal. Por lo tanto, siguiendo el entendimiento que tiene el profesor Valentín García Yebra de la traducción en su obra Teoría y práctica de la traducción, diré que entiendo la traducción como un proceso que «consiste en reproducir en la lengua receptora [llamada también lengua terminal] el mensaje de la lengua fuente [o lengua original] por medio del equivalente más próximo y más natural, primero en lo que se refiere al sentido, y luego en lo que atañe al estilo».[3] Y este proceso debe llevarse a cabo, como dice Antonio Machado:

Despacito y buena letra:
El hacer las cosas bien
Importa más que el hacerlas.[4]


Dos observaciones preliminares

Habiendo esclarecido los términos tratados, hay que pasar a abordar los tres niveles del proceso traductológico. Sin embargo, antes de hacer eso, parece importante hacer dos observaciones adicionales sobre el proceso traductológico como tal: 1) la posibilidad de la traducción y 2) los tipos de traducción posibles.


Con respecto a la primera observación, si bien es verdad que existe una suerte de «pulsión de traducir» —como lo llamaría Ricoeur—, es menester señalar también que existen múltiples detalles léxicos, morfológicos, sintácticos, culturales, semióticos y pragmáticos que son propios de una comunidad lingüística particular y que, por consiguiente, no pueden ser traducidos cabalmente sin un cierto perjuicio para con dicha comunidad. En este sentido, traducir es servir a dos amos, razón por la cual hay una cierta resistencia[5] que se da en el proceso traductológico. Según Ricoeur, hay dos sentidos en los que se puede entender esta resistencia: la del texto a traducir y la de la lengua receptora de la traducción.[6] Ambas resistencias se circunscriben dentro de lo que el pensador francés llama —haciendo eco de la terminología psicoanalítica— «trabajo del recuerdo» y «trabajo de duelo». Por un lado, la resistencia relacionada con el «trabajo de recuerdo» se da en la medida en que la lengua receptora, al igual que la que va a ser traducida, han sacralizado la lengua materna, generando una suerte de «intolerancia identitaria»[7], lo cual ha constituido históricamente las relaciones sociales y de poder que tienen como corolario la instauración de una suerte de hegemonía cultural derivada de la misma. Vale la pena citar aquí a Ricoeur in extenso:

Esta resistencia del lector no debe ser subestimada. La pretensión de autosuficiencia, el rechazo de la mediación de lo extranjero, han nutrido en secreto numerosos etnocentrismos lingüísticos y, más gravemente, numerosas pretensiones de hegemonía cultural, tal como se observó con el latín, de la Antigüedad tardía al fin de la Edad Media, y aún más allá del Renacimiento; por parte también del francés en la edad clásica; por parte del angloamericano en nuestros días. […].
Pero la resistencia al trabajo de traducción en tanto equivalente del trabajo del recuerdo, no es menor por parte de la lengua extranjera. El traductor encuentra esa resistencia en diversos estadios de su empresa. La encuentra desde antes de comenzar, bajo la forma de la presunción de no traducibilidad, que lo inhibe aun antes de acometer la obra.[8]


La poesía, por ejemplo, tiene su sentido en estrecha relación con la sonoridad propia de la lengua, mientras que los escritos filosóficos (y de otros géneros literarios) tienen sus connotaciones culturales, sociales y nacionales, las cuales se hallan histórica y lingüísticamente determinadas: el Dasein heideggeriano, el esse tomista, la différance [sic] derrideana, la vivencia orteguiana, etc. Como señala Ricoeur: «La resistencia a la traducción reviste una forma menos fantasmática, una vez que el trabajo de traducción ha comenzado. Las zonas de intraducibilidad están diseminadas en el texto, y hacen de la traducción un drama, y del deseo de una buena traducción un desafío».[9] Otra ilustración concreta y explícita quizá volverá un poco menos abstracta la reflexión traductológica que aquí nos atañe, haciendo las conceptualizaciones anteriores un tanto menos «fantasmáticas» y mostrando más claramente la resistencia de un potencial texto que ha de ser traducido. Por ejemplo, ni palabra latina amita —que significa ‘tía, hermana del padre’—, ni la palabra matertera —que significa ‘tía, hermana de la madre’— tienen un equivalente semántico en castellano. Aquí se puede ver que hay una clara resistencia por parte de la lengua de Cicerón a ser traducida a la lengua de Cervantes.


En este sentido, la resistencia inicial da lugar al llamado «trabajo de duelo», el cual se inscribe en la coyuntura del anhelo por llegar a la consecución de una traducción perfecta. En este punto, el lector en general, y el traductor en particular, se ve enfrentado ante la percatación de la imposibilidad traductológica de alcanzar la traducción perfecta; se da cuenta que la traducción es una empresa aproximativa y, como dirá Mauricio Beuchot, analógica. Si bien es verdad que se puede traducir prima facie, la realidad simbólica, cultural y, por ende, contingente de toda lengua sugiere la necesidad de no equiparar una traducción con una perfecta adecuación: una «correspondencia sin adecuación». Siguiendo al filósofo analítico Quine, Ricoeur establece la problemática en los siguientes términos:

El dilema es el siguiente: los textos de partida y de llegada deberían, en una buena traducción estar medidos por un tercer texto inexistente. El problema consiste en decir lo mismo o en pretender decir lo mismo de dos maneras diferentes. Pero eso mismos, eso idéntico, no está dado en ninguna parte a la manera de un tercer texto cuyo estatuto sería el del tercer hombre en el Parménides de Platón, tercero entre la idea del hombre y los ejemplos humanos que participan de la idea verdadera y real. A falta de ese tercer texto, en el que residiría el sentido mismo, el idéntico semántico, el único recurso es la lectura crítica de algunos especialistas si no políglotas al menos bilingües, lectura crítica que equivale a una retraducción privada, por la cual nuestro lector competente rehace por su cuenta el trabajo de traducción, asumiendo a su vez la experiencia de la traducción y chocándose con la misma paradoja de una equivalencia sin adecuación.[10]

En consecuencia, dichos trabajos («trabajo de recuerdo» y «trabajo de duelo») han de ser asumidos conscientemente por parte del traductor en la tesitura del proceso traductológico, so pena de arribar a consideraciones por demás naif sobre la naturaleza misma de dicho proceso. Sin embargo, allende dicho análisis, hay que señalar categóricamente que traducir es posible, aunque no perfectamente sino analógicamente. Si no fuera posible la traducción, los seres humanos no sólo nos hallaríamos incapacitados para hacer pasar el contenido de un lenguaje fuente a uno terminal, sino que también sería imposible aprender un idioma nuevo, debido a que nos hallaríamos tan ensimismados en nuestro horizonte lingüístico que sería imposible cualquier tipo de apertura a la alteridad. En efecto, «traducir» no sería más que la plasmación, imposición y manifestación de esquemas arbitrarios, absolutamente equívocos y reductivamente subjetivos en el papel. Por dicha razón, hay que reiterar lo dicho por Ricoeur con otra terminología: la adecuación no implica equivalencia ni formal ni materialmente absoluta. Si bien no se puede entender la traducción en clave univocista (porque se caería en el dilema del tercer hombre platónico recién esbozado), tampoco ha de entenderse como mera equivocidad radical, so pena de caer en los vericuetos de un escepticismo gnoseológico y lingüístico igual de radical. Por dicha razón, en un contexto semejante, el filósofo español Antonio Millán-Puelles habla de la adecuación sin necesidad de una ecuación:

La adecuación —siempre parcial, inevitablemente— de nuestra facultad intelectiva con la realidad que, en cada caso, se le da como objeto, es siempre una efectiva adecuación, pero no una ecuación, ni siquiera en el caso del «entenderse a sí mismo». Ello no obstante, el no-acabar-de-entender (en general y también, por tanto, en el caso especial de la falta de plenitud del autoconocimiento que el hombre logra de su propio ser) debe claramente distinguirse de la necesidad de estar en el error. Éste supone necesariamente la limitación de nuestro ser, pero no es una consecuencia necesaria, sino tan sólo posible, de esta misma limitación. De lo contrario, sería menester pensar que todas nuestras intelecciones son erróneas, lo cual es contradictorio, porque incluye la falsedad de la intelección de ser erróneas todas y cada una de nuestras intelecciones.[11]

De este modo, si bien no se ha de realizar una traducción en términos totalmente subjetivistas, relativistas y equívocos, tampoco se puede sugerir que la traducción sea unívoca en un sentido racionalista y matemático. En otras palabras, no se puede aseverar stricto sensu que haya una sola traducción válida de un determinado texto porque eso implicaría que entendemos perfectamente al autor, lo cual constituye un ideal ingenuo. Esto lo aclara Mauricio Beuchot de manera magistral cuando habla del acto de interpretación en su sentido propiamente hermenéutico:

En el acto de interpretación confluyen el autor y el lector, y el texto es el terreno en el que se dan cita, el énfasis puede hacerse hacia uno o hacia otro. Hay quienes quieren dar prioridad al lector y entonces hay una lectura más bien subjetivista; hay quienes quieren dar prioridad al autor y entonces hay una lectura más bien objetivista. Pero exagerar en el lado del lector conduce a la arbitrariedad y al caos, y exagerar en el lado del autor lleva a buscar una cosa inalcanzable, inconseguible; cada vez se está suponiendo más que se puede conocer el mensaje igual o mejor que el autor mismo (porque se estaría conociendo al autor mejor que él mismo). Hay allí dos movimientos, uno de acercamiento y otro de distanciamiento respecto del texto (y del autor, porque, aunque ya lo ha perdido, el texto pertenece más al autor que al lector). El acercamiento conlleva el inmiscuir o meter la propia subjetividad; el distanciamiento permite alcanzar cierto grado de objetividad, no interpretar lo que uno quiere, sino más o menos lo que quiere el autor.[12]




Esto nos lleva a la segunda observación, la cual es un poco más breve. Es ésta: hay que decir que se puede abordar un texto de dos maneras diferentes: 1) desde un enfoque verbatim (palabra por palabra) o 2) desde uno dinámico-funcional. Friedrich Schleiermacher sugiere que estas son las dos opciones que el traductor tiene.[13] El enfoque verbatim trata de hacer que el autor vaya al encuentro del lector («llevar al autor al lector»), al ajustar las estructuras morfosintácticas, semánticas, estilísticas, culturales y pragmáticas lo más posible, aun si termina por considerarse relativamente artificial con respecto a la lengua terminal. Por otro lado, el enfoque dinámico-funcional busca hacer al lector ir al autor. En este sentido, el segundo enfoque «consiste en que el nuevo texto produzca en sus lectores el efecto más aproximado al que se supone que el texto de la lengua original ha producido o produce en los lectores nativos»[14]. Ambos enfoques tienen sus ventajas y desventajas, en las cuales no podemos abundar por el momento. Sin embargo, es menester señalar que la posición que se tome con respecto a esta temática dependerá de lo que Hans Josef Vermeer llama el skopos del texto.[15]


Los tres niveles del proceso traductológico

Esto nos lleva al meollo del asunto: los tres niveles que se deben analizar en cualquier texto que se busque traducir. Cualquier traducción que se busque realizar tiene dos fases importantes: a) la comprensión, la cual se lleva a cabo en el contexto de un proceso hermenéutico con respecto a la propia lengua, y b) la expresión que se da desde la lengua original hacia la lengua terminal.[16] En este sentido, siguiendo a Beuchot, es posible sugerir que hay tres niveles fundamentales (indefectiblemente ligados al análisis semiótico clásico, por ejemplo: Morris, etc.) en el proceso de llevar a cabo la comprensión hermenéutica de un determinado texto: 1) la gramática, particularmente en clave de la morfosintaxis, 2) semántica y 3) la pragmático-hermenéutica.


En primer lugar, hay que hablar de la Gramática. Sabemos que gramatica est ars loquendi et scribendi recte atque ornate aliquam linguam ac librum in quo docetur [La gramática es el arte de hablar y escribir recta y elegantemente alguna lengua y el libro en el que se enseña]. Por otro lado, la Morfología es «el estudio de las formas y constitución de las palabras»[17]. Y, finalmente, Sintaxis es «la ordenación de las palabras en la oración, o de las oraciones en el período»[18], o, como también se ha dicho clásicamente: sytaxis est recta partium ortationis inter se compositio [La sintaxis es la recta composición de las partes de la oración entre sí]. En este sentido, lo primero que se debe analizar en el momento de llevar a cabo una traducción es la comprensión, y, dentro de la comprensión, hay que realizar un análisis morfosintáctico.


Tomemos la siguiente oración como ejemplo: quandoque bonus dormitat Homerus. En este caso, podría decirse que quandoque es un adverbio en términos morfológicos y un modificador en términos sintácticos; bonus Homerus es sintácticamente el sujeto; y dormitat sería en núcleo de la unidad sintáctica. Sin embargo, mientras que todo esto resulta fundamental para llevar a cabo el análisis completo de un texto, se puede sugerir que el análisis está incompleto; en efecto, aun teniendo estos elementos morfosintácticos no es posible comprender el texto en plenitud. Por ende, es menester pasar al segundo nivel de análisis.


En el segundo nivel, hay que atender a la semántica del texto. La palabra semántica viene del griego σῆμα, que es algo ‘relativo al sentido o al significado’. Por ello, la Real Academia Española define Semántica de la siguiente manera: «Disciplina que estudia el significado de las unidades lingüísticas y sus combinaciones»[19]. De este modo, tomando el ejemplo recién mencionado (i. e., quandoque bonus dormitat Homerus), quandoque puede significar ‘en ocasiones’ o ‘a veces’; bonus Homerus podría significar ‘el buen Homero’; y dormitat podría tener el sentido de ‘dormitar’. Así pues, podríamos decir que la traducción prima facie sería «En ocasiones, el buen Homero dormita». Esto, en efecto, suena razonable, pero hay que hacerse varias preguntas. ¿Qué Homero? ¿Por qué dormita? ¿Está bien que lo haga? ¿Por qué debería importarme? En suma, ¿cuál es el contexto hermenéutico de la frase?, lo cual nos lleva ineluctablemente al último punto: el nivel pragmático-hermenéutico.


Efectivamente, en último lugar, hay que hacer un análisis de la pragmático-hermenéutica. La palabra pragmática viene del griego πραγματεία, que tiene el sentido de ‘aplicación’. Por ello, la Real Academia Española define Pragmática de la siguiente manera: «Disciplina que estudia el lenguaje en su relación con los hablantes, así como los enunciados que estos profieren y las diversas circunstancias que concurren en la comunicación»[20]. En este sentido, según Beuchot este nivel constituye el aspecto más propiamente hermenéutico de todos los niveles.[21] Es este el punto álgido de la fase de comprensión. Es en este momento en el que podría decirse, tomando el ejemplo hasta aquí utilizado, que «Quandoque bonus dormitat Homerus», tomando el texto en su contexto histórico y sociocultural —y partiendo de un enfoque dinámico-funcionalista—, podría traducirse para un público latinoamericano, por ejemplo, como «Hasta al mejor cazador se le va la liebre», entre otras oraciones semejantes, sabiendo que se refiere tal adagio al antiguo poeta épico griego. Sin embargo, este tercer nivel ya se traslapa con la fase de la expresión y, por lo tanto, con el razonamiento abductivo, el cual veremos a continuación.


Así pues, estos tres niveles constituyen los elementos y la conditio sine qua non de todo potencial análisis traductológico, especialmente en cuanto situado en la primera fase (la comprensión). Sin embargo, queda todavía por esclarecer el papel que juega la inferencia abductiva en lo que respecta a la segunda fase y su simultánea relación con el tercer nivel: la expresión.


Inferencia abductiva y expresión

Habiendo definido los términos utilizados y habiendo descrito los tres niveles que se deben tomar en cuenta en la primera fase del ejercicio traductológico —es decir, la comprensión hermenéutica—, es menester pasar a la segunda fase del proceso traductológico: la expresión. En efecto, es precisamente en esta segunda fase donde la inferencia abductiva tomará una preeminencia de mayor envergadura en cuanto que el traductor hará uso de dicha inferencia con vistas a la generación de postulados morfosintácticos, semánticos, estilísticos, simbólicos y culturales consecuentes con el texto original, los cuales le permitirán llegar a una resolución expresiva en clave de la lengua terminal. En otras palabras, a través del planteamiento abductivo se postulará una traducción competente, natural y análoga al texto original. Así pues, hay que articular brevemente en qué consiste la relación entre la expresión y la abducción.


Primeramente, apuntemos que hay una diferencia importante entre el traductor que lee un texto y el lector común, que no tiene ninguna pretensión de carácter traductológico. Dicho de otro modo, el lector común no atraviesa las dos fases del traductor, sino sólo la primera: la comprensión hermenéutica. No obstante, el traductor sí que deberá atravesar la segunda fase: la expresión. Como señala García Yebra:

La comprensión no es aun propiamente traducción; pero es indispensable, imprescindible, para la traducción. En la fase de la comprensión, el traductor se diferencia del lector común por la intención y la intensidad de su lectura, que suele estar condicionada, además, por el hecho de no realizarse en lengua propia […].
El lector, en cuanto tal, llega al término de su viaje cuando ha captado el contenido del texto. El que lee como traductor, en cambio, tiene desde el comienzo la intención de no detenerse en esa meta [la comprensión]: piensa emprender a continuación el camino inverso, en la misma dirección seguida por el autor, sólo que por otro terreno [la expresión]: este camino irá desde el contenido del texto original hasta los signos lingüísticos capaces de expresarlo, pero en la lengua terminal, que suele ser la lengua propia del traductor, la de la comunidad lingüística a la que pertenece.[22]

Siendo este el caso, la pregunta fundamental que esto suscita es la siguiente: ¿cómo se puede expresar en la lengua terminal aquello comprendido en la lengua fuente? La tesis aquí presentada, siguiendo a Beuchot, es que esto se da a través de la generación de hipótesis semejantes a las que se llevan a cabo en el proceso de comprensión, pero en sentido inverso. Hay que poner al texto original en su contexto propio, para poder comprenderlo, dejando que éste despliegue el «mundo del texto»; posteriormente, hay que llevar a cabo un ejercicio hermenéutico, con miras a poder expresar lo mejor posible —a partir de categorías propias de la vida fáctica: históricas, lingüísticas, culturales, simbólicas y vitales— qué palabras en nuestro léxico, lengua e imaginario social tienen un sentido análogo y una relativamente semejante equivalencia cultural, social y lingüística con respecto a la lengua fuente. Como lo ha señalado tan magistralmente Mauricio Beuchot:

De manera especial, funciona la abducción en la interpretación, se emiten hipótesis interpretativas frente al texto… El intérprete se enfrenta a un representamen, signo o texto, para interpretarlo, elabora (por abducción) una interpretación por la que resulta un interpretante (o interpretamen) en la mente de ese intérprete, según la cual se da la intensión o sentido del signo o texto, y que conduce a la extensión o referencia u objeto designado por ese signo (o el mundo designado por el texto). El interpretante es, a su vez, un signo de segunda instancia, que puede originar otro y éste otro (potencialmente al infinito, pero se detiene esa procesión infinita por el contexto).[23]



Reflexiones finales

Es en este punto donde se reitera nuevamente la tesis fundamental de este trabajo. En primer término, el traductor debe pasar por dos fases: la comprensión hermenéutica y la expresión. Dentro de la comprensión, se han sugerido tres niveles fundamentales: morfosintaxis, semántica y pragmática. Con respecto a la expresión, se ha sugerido que se traslapa con el aspecto del último nivel de la fase de comprensión. En esta segunda fase, el traductor ha arribado a una comprensión del texto. Sin embargo, para poder ejecutar la traducción, deberá conocer el lenguaje, la cultura, las condiciones históricas, sociales y hermenéuticas de su propia audiencia, y, sólo una vez que se tiene estos elementos en su lugar propio, el traductor podrá —siguiendo el método abductivo— postular una traducción análoga, la cual se acercará en mayor o menor medida al original. Ésta, en virtud de su propia naturaleza, será sólo aproximativa y, sin embargo, si el traductor está haciendo su trabajo adecuadamente, ésta será también una traducción «verdadera» y genuina en cuanto que transmite análogamente la intención original del texto fuente en conjunción con el mundo del texto que el mismo texto despliega ante el intérprete.


Finalmente, hay que decir que las traducciones se encuadran en el horizonte de diversas resistencias, las cuales condicionan la lectura y la traducción del que busca llevar a cabo el trabajo traductológico. Sin embargo, también hay que señalar con mucha claridad que el atravesar dichas faenas constituyen parte de la felicidad propia de traducir, especialmente en la medida en que un traductor atraviesa el proceso freudiano de duelo que conlleva percatarse de la imposibilidad práctica y teórica de una traducción perfecta. Así, el esfuerzo que conlleva la traducción, del cual el traductor se apropia conscientemente, resulta sugerente, puesto que pone al descubierto la irreductibilidad insuperable entre la alteridad y el yo, entre lo extranjero y lo propio; dicha percatación debería suscitar en el traductor en principio una cierta humildad al traducir. Es, en efecto, en la coyuntura de este proceso que se da lo que Ricoeur ha llamado la «hospitalidad lingüística», donde «el placer de habitar la lengua de otro es compensado por el placer de recibir en la propia casa la palabra del extranjero».[24]


Referencias

[1] Esta distinción corresponde lato sensu a la distinción que se ha hecho entre «contexto de justificación» y «contexto de descubrimiento». Cf. Douven, Igor, «Abduction» en The Stanford Encyclopedia of Philosophy (Summer 2021 Edition), Edward N. Zalta (ed.), URL = <https://plato.stanford.edu/archives/sum2021/entries/abduction/>. [2] Hay algunos criterios objetivos que pueden establecerse para determinar la plausibilidad o implausibilidad de un determinado razonamiento abductivo: parsimonia, coherencia, etc. [3] García-Yebra, V., Teoría y práctica de la traducción. Tomo I, Madrid: Editorial Gredos, 1989, pp. 29-30. [4] Machado, A., Proverbios y cantares, Madrid: Diario El País, 2003, p. 67. [5] «Como el psicoanálisis, he empleado el término “resistencia” para denominar el rechazo solapado de la experiencia de lo extranjero por parte de la lengua receptora». Ricoeur, P., Sobre la traducción, Trad. Willson, P., Buenos Aires: Paidós, 2005, p. 20. [6] Ibid., p. 24. [7] Ibid., p. 19. [8] Ibid., pp. 19-20. [9] Ibid., p. 21. [10] Ibid., p. 23. [11] Millán-Puelles, A., Obras completas de Antonio Millán Puelles, Vol. VII: Léxico filosófico, Madrid: Rialp, p. 547. [12] Beuchot, M., Tratado de hermenéutica analógica. Hacia un nuevo modelo de interpretación, Distrito Federal: Editorial Ítaca, 1997, p. 27. [13] Cf. García-Yebra, V., Teoría y práctica de la traducción. Tomo I, Madrid: Editorial Gredos, 1989, pp. 39-40; también Ricoeur, P., Sobre la traducción, Trad. Willson, P., Buenos Aires: Paidós, 2005, p. 19. [14] García-Yebra, V., Teoría y práctica de la traducción. Tomo I, Madrid: Editorial Gredos, 1989, p. 40. [15] Cf. Tapia-Zúñiga, P. C., «Cicerón y la translatología según Hans Josef Vermeer», en Cuadernos del centro de estudios clásicos, volumen 39, Ciudad de México: UNAM, 1996. [16] García-Yebra, V., op. cit., p. 30 y ss. [17] Guillén, J., Gramática latina: histórico-teórico-práctico, Salamanca: Ediciones Sígueme, 1981, p. 11. [18] Ídem. [19] Voz «semántico, ca», REAL ACADEMIA ESPAÑOLA: Diccionario de la lengua española, 23.ª ed., [versión 23.5 en línea]. <https://dle.rae.es> [11 de marzo de 2022]. [20] Voz «pragmático, ca», REAL ACADEMIA ESPAÑOLA: Diccionario de la lengua española, 23.ª ed., [versión 23.5 en línea]. <https://dle.rae.es> [11 de marzo de 2022]. [21] Cf. Beuchot, M., op. cit., p. 24. [22] Garcia-Yebra, V., op. cit., pp. 30-31. [23] Beuchot, M., op. cit., p. 26. [24] Ricoeur, P., op. cit., p. 28.




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