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Verdad, ciencia y realidad



Por: Juan José Sánchez


Introducción

El famoso popularizador de la ciencia Carl Sagan famosamente solía decir: “El cosmos es todo lo que es o fue o llegará a ser”. Dicha afirmación tiene un innegable aire de misticismo etéreo, el cual cautiva inexorablemente al oyente atento. Pero ¿es verdad que sólo existe el cosmos, que el universo material (lo científicamente cuantificable) agota la totalidad de lo real? En realidad, no parece descabellado el sugerir que el adagio de Sagan funge como una suerte de dogma paradigmático e incuestionable sobre la naturaleza de la realidad, la cual se encuentra profundamente arraigada en el inconsciente colectivo de las personas del siglo XXI.

Sin embargo, se puede observar, al mismo tiempo, una paradójica alternativa que contrasta curiosamente con dicho dogma. Por un lado, no es poco común escuchar entre las personas de la calle afirmaciones como las siguientes: “no hay verdad absoluta”, “algo puede ser verdad para ti, pero no para mí”, “toda verdad es relativa y subjetiva”, etc. Por otro lado, tampoco resulta difícil advertir, tanto en los medios de comunicación como en la cultura popular, que existe el acuerdo tácito de que uno no debe nunca creer en absolutamente nada que no haya sido demostrado científicamente, puesto que “la ciencia” (refiriéndose únicamente a las ciencias duras, v.g., química y física) es el único método capaz de producir verdad. Así pues, mientras unos afirman que no hay verdad, otros afirman que sólo puede haber verdad científica.


De esta manera, se evidencian manifiestamente tanto las influencias neopositivistas y cientificistas del siglo pasado como las influencias deconstruccionistas y posmodernistas de los años recientes en la cultura popular. Por ende, sugiero analizar brevemente tres elementos fundamentales en torno a las actitudes expuestas anteriormente. En primer lugar, analizaré muy sucintamente la naturaleza de la verdad, sirviéndome de algunas nociones y distinciones clásicas. En segundo lugar, sobre la base del análisis de la verdad, me gustaría sugerir una aproximación a la ciencia más modesta que la abrazada por los cientificistas, pero más madura que la abrazada por los posmodernos. En último lugar, esbozaré algunas reflexiones sobre la riqueza de la realidad y su irreductibilidad al objeto de las ciencias empíricas, la materia.

La verdad

Indudablemente, la cuestión de la verdad ha sido objeto de reflexión no sólo de filósofos, científicos y teólogos, sino de todo ser humano a lo largo de su existencia. La verdad es algo extraordinariamente íntimo para nosotros. No obstante, ocurre constantemente que, mientras más íntima es una realidad, más difícil de describirla resulta. Así que ¿qué es la verdad? Sin pretender agotar el tema de la verdad en toda su extensión, se puede afirmar como válida la distinción de antaño entre la verdad ontológica y la verdad lógica (o gnoseológica).


Por un lado, la verdad ontológica se encuentra íntimamente relacionada con la doctrina clásica de los trascendentales. En este sentido, la verdad está relacionada con el ente (con lo real). De hecho, la verdad debe entenderse como el ente mismo en tanto que éste es inteligible (o capaz de ser conocido). Así pues, el ente y la verdad son convertibles entre sí (ens et verum convertuntur), y la diferencia entre uno y otro radica en una distinción de razón (no extramental). Como señalan Tomás Alvira, Luis Clavell y Tomás Melendo:

Por eso, la relación de los entes a la inteligencia del hombre es simplemente de razón, porque las cosas no adquieren una nueva relación (real) al ser entendidas por el hombre, y no son verdaderas según que las conozcamos o no, sino que, al revés, es nuestra inteligencia la que depende de la verdad ontológica, con una dependencia real.[1]

Por otro lado, la verdad lógica consiste en la adecuación del intelecto a las cosas (adequatio rei et intellectus). Así pues, la verdad es decir que lo que es es, y que lo que no es no es. Si uno dice que “p” es verdad, entonces “p” es verdad si y sólo si es el caso que p se da en la realidad extralingüística y extra-mentalmente. En otras palabras, si uno dice, por ejemplo, que “la mesa es de madera”, esa proposición es verdadera si y sólo si efectivamente es el caso que en la realidad la mesa es de madera. De esta forma, la verdad lógica es el sentido más propio en el que se utiliza el término “verdad”, aunque ésta siempre dependa, en último término, de la verdad ontológica.


Ciencia y verdad

Habiendo establecido la distinción entre verdad ontológica y verdad lógica, resulta más sencillo hablar de la ciencia como tal. Es importante señalar que la verdad científica es parcial y contextual. Así pues, el objetivo de la ciencia debe ser el describir la realidad física con la mayor aproximación posible. Pero ¿esto significa que la verdad, en último término, no es absoluta? Ésta es una pregunta justa. Lo que se debe aclarar de esta pregunta es lo más elemental, a saber, el problema de afirmar que no existe la verdad absoluta.

Si uno afirma que “no existe la verdad absoluta”, uno tiene que preguntarse si la afirmación de que “no existe la verdad absoluta” es en sí misma absolutamente verdadera (verdad para toda persona, en todo tiempo y en todo lugar) o no lo es. Si sí es verdad (corresponde con la realidad) que “no existe la verdad absoluta”, entonces no es verdad. Por otro lado, si se afirma que no es absolutamente verdadero que “no existe la verdad absoluta”, entonces no parece haber ninguna razón para prestarle atención a dicha proposición. Esto es semejante al hombre que dice: “estoy mintiendo en este preciso momento”. Si es verdad, es falso; pero, si es falso, es verdad. La pretensión de absolutez de la verdad se encuentra en la naturaleza misma del ser y del principio de no contradicción: si una cosa es, entonces ésta no puede no ser, al mismo tiempo y en el mismo aspecto. Si A es A, entonces A no puede ser no-A al mismo tiempo y en el mismo sentido.


Ahora bien, habiendo esclarecido la absolutez de la verdad, resulta necesario hacer algunos matices ulteriores. Es imposible negar los primeros principios del ser coherentemente (el principio de contradicción, el principio de identidad, etc.) Sin embargo, cuando uno entra al ámbito de las ciencias empíricas (y algunos otros ámbitos), podría sugerirse que, aunque existe la verdad absolutamente (verdad ontológica), nuestra aprehensión de dicha verdad (verdad lógica) es finita, imperfecta, limitada y progresiva. Famosamente, Tomás de Aquino señalaba que uno no puede conocer ni siquiera la esencia de una mosca: “Nuestro conocimiento es tan débil que ningún filósofo pudo nunca investigar perfectamente la naturaleza de una mosca: de donde se lee que un filósofo estuvo treinta años en la soledad para conocer la naturaleza de la abeja”.[2] Sin embargo, esto no significa que nuestra aprehensión no sea objetivamente verdadera. El filósofo español Antonio Millán-Puelles lo pone en los siguientes términos:

La adecuación —siempre parcial, inevitablemente— de nuestra facultad intelectiva con la realidad que, en cada caso, se le da como objeto, es siempre una efectiva adecuación, pero no una ecuación, ni siquiera en el caso del «entenderse a sí mismo». Ello no obstante, el no-acabar-de-entender (en general y también, por tanto, en el caso especial de la falta de plenitud del autoconocimiento que el hombre logra de su propio ser) debe claramente distinguirse de la necesidad de estar en el error. Éste supone necesariamente la limitación de nuestro ser, pero no es una consecuencia necesaria, sino tan sólo posible, de esta misma limitación. De lo contrario, sería menester pensar que todas nuestras intelecciones son erróneas, lo cual es contradictorio, porque incluye la falsedad de la intelección de ser erróneas todas y cada una de nuestras intelecciones.[3]

De esta manera, es pues importante señalar que, aunque las ciencias naturales se acercan progresivamente a la verdad ontológica como límite, su aprehensión de la verdad (verdad lógica) es siempre progresiva, pero, valga la redundancia, verdadera objetivamente.


Ciencia y realidad

Finalmente, si lo que se ha dicho hasta aquí es correcto, será patente para el lector por qué no es correcta lo que ha sido descrito anteriormente como la posición posmoderna (es decir, el que dice “no existe la verdad”). Ahora bien, si bien es cierto que no se puede proponer como verdadero el que no haya verdad sin caer en contradicción, también es verdad que constituye un error garrafal el afirmar que las ciencias empíricas son la única vía para alcanzar la verdad (cientificismo).


El problema del cientificismo radica en un lugar semejante al problema del posmoderno. El cientificista dice: “sólo es verdadero aquel conocimiento que ha sido obtenido a través del método científico”. La pregunta fundamental es la siguiente: ¿La afirmación de que “sólo es verdadero aquel conocimiento que ha sido obtenido a través del método científico” es un conocimiento que en sí mismo se ha obtenido por el método científico o no lo es? La respuesta claramente es que no es así. Pero, si este es el caso, entonces la afirmación de que “sólo es verdadero aquel conocimiento que ha sido obtenido a través del método científico” no es verdadera bajo su propio criterio. Es un criterio contradictorio, y se refuta a sí mismo.


En último lugar, hay que señalar que la riqueza de la realidad no puede nunca ser agotada por el método científico. Hay un sinnúmero de verdades que no se obtienen por el método científico: verdades metafísicas (el mundo es real, existen otras mentes, no estoy en la Matrix, etc.), verdades estéticas (x es bello, x no es bello, etc.), verdades éticas (asesinar bebés por placer es malo, buscar el florecimiento del ser humano es bueno, etc.), verdades sobre el método científico o meta-científicas (el método científico debe consistir en x y y, la uniformidad de la naturaleza, el universo es inteligible, etc.). Si bien muchas de estas evaluaciones parten de lo físico, al mismo tiempo lo trascienden, y nunca agotan toda su realidad las ciencias empíricas. Por consiguiente, atendiendo a la riqueza de los órdenes estructurales de lo real, es necesario evitar reduccionismos falsos y simplones, ya sea sobre la verdad, sobre la ciencia o sobre la misma realidad.


Referencias

[1] Alvira, T., Clavell, L. y Melendo, T., Metafísica, Pamplona: EUNSA, 1989, p. 153. [2] Tomás de Aquino, Exposición del «Credo», Prólogo. [3] Millán-Puelles, A., Obras completas de Antonio Millán Puelles, Vol. VII: Léxico filosófico, Madrid: Rialp, p. 547.



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