top of page
Buscar
Foto del escritorfilosofiaperenneme

Teología, ciencia y hermenéutica




Por: Juan José Sánchez

Introducción

No es poco común escuchar que se afirme con un aire de condescendencia que la teología (y, por ende, la hermenéutica) no es verdadera ciencia, porque no es un medio para conocer la verdad. Las razones que normalmente se aducen para justificar dicha afirmación suelen dividirse, grosso modo, en dos tipos: 1) o bien la única verdad cognoscible es la verdad que es revelada por las ciencias empíricas (lo cual equivale a entender la verdad de manera unívoca), 2) o bien la verdad es meramente una creencia subjetiva y relativa al individuo (lo cual equivale a entender la verdad de manera equívoca). Así pues, ya sea que la presunta justificación de dicha opinión provenga desde la visión univocista de la verdad, como en el primer caso, o de la visión equivocista de la verdad, como en el segundo caso, la teología queda relegada a la trivialidad, puesto que, si es cierta la visión univocista, entonces —como el objeto de estudio no es empírico de la manera en la que lo es la física o la química— no puede haber verdad en la teología; si es cierta la visión equivocista, entonces simple y llanamente no puede haber verdad objetiva en ningún sentido ni en la teología ni en ninguna otra disciplina. En ambos casos, se cierra el diálogo fecundo y fructífero entre la teología y otras disciplinas.


Por lo tanto, si se busca que afirmaciones bíblicas como «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí» (Juan 14:6, RVR60) tengan sentido para la cultura contemporánea, será menester para el creyente presentar una defensa de la teología en general y de la hermenéutica en particular. En este sentido, debe señalarse que la teología ni es el mismo tipo de disciplina que las ciencias empíricas ni es un método estéril para llegar a la consecución de la verdad. Más bien, lo que se debe buscar explicar es que, mientras que las «ciencias duras» (v.gr., física y química) son, en términos hermenéuticos, el texto, las ciencias humanas (incluidas la teología[1]) proporcionan el contexto global bajo el cual inclusive las explicaciones de las «ciencias duras» obtienen su significación propia y última. Por consiguiente, para lograr dicha explicación, será menester hacer dos cosas: 1) explicar brevemente la naturaleza de la hermenéutica y 2) señalar la necesidad de que ésta sea tan rigurosa como cualquier ciencia dentro de su ámbito no sólo para que haya un diálogo fructífero y fecundo con otras disciplinas, sino también para presentarse «a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad» (2 Timoteo 2:15, RVR60).


La hermenéutica y el logro de la analogía

Al comenzar a estudiar hermenéutica, no es poco común escuchar un antiquísimo y reiteradísimo adagio que reza así: «un texto sin contexto no es más que un pretexto». Pese a la simplicidad de tal aforismo, no se debe pasar por alto el profundo significado que dicha frase revela. La realidad es que no es difícil entender afirmaciones particulares prescindiendo del contexto general. Sin embargo, dichas afirmaciones, desligadas de una narrativa o contexto más amplio, pueden terminar por volverse incoherentes, irrelevantes o absurdos. No es sino hasta que un texto (tomado en un sentido tanto oral como escrito) se coloca en una narrativa o contexto más amplio que el mensaje completo cobra una plena significación. Craig G. Bartholomew y Michael W. Goheen relatan y resumen magníficamente la explicación que el filósofo Alisdair McIntrye da al respecto:

Alasdair MacIntyre ofrece el siguiente ejemplo para mostrar cómo los eventos particulares pueden ser comprendidos únicamente en el contexto de un relato. Él se imagina a sí mismo en una parada de autobús cuando un joven que está parado a la par suya le dice: «El nombre del pato salvaje común es Histrionicus histrionicus». Podemos comprender el significado de la frase, pero en primer lugar, ¿por qué razón está diciéndola? Esta acción particular puede ser comprendida solamente si es situada en un marco de significado más amplio. Tres relatos pueden hacer que este incidente particular tenga sentido. El hombre joven ha confundido al hombre que está a la par suya con otra persona que vio ayer en la biblioteca que le había preguntado «¿De casualidad sabe usted el nombre en latín del pato común?» O puede ser que acabara de salir de una sesión con su psicoterapeuta quien le está ayudando a sobreponerse de su timidez. El psicoterapeuta le había motivado a hablar con extraños; el joven pregunta «¿Qué les digo?» y el terapeuta dice, «¡cualquier cosa!». O quizá, él es un espía extranjero que ha acordado encontrarse en la parada de autobús con su contacto y el código que revela su identidad es la frase acerca del nombre en latín del pato. El significado del encuentro en la parada de autobús depende de cuál relato le dé forma; de hecho, cada relato dará al evento un significado diferente.[2]

Por otro lado, tomando el ejemplo recién citado como punto de partida, es menester comprender que hay un contexto que corresponde más perfectamente con la realidad. En otras palabras, tal y como ha sido demostrado con el ejemplo anterior, es posible postular diversos contextos para darle sentido a la afirmación: «El nombre del pato salvaje común es Histrionicus histrionicus». No obstante, mientras que posiblemente haya diversos contextos que puedan generar las condiciones necesarias y suficientes para dotarle de sentido a la afirmación en cuestión, la verdad es que sólo hay un contexto legítimo que corresponde fielmente con la plena intención inicial del autor de dicha afirmación. Por consiguiente, la tarea del hermeneuta consistirá en buscar aproximarse más perfectamente al contexto de un determinado texto (sea éste escrito u oral).


Con el fin de buscar la defensa de la hermenéutica rigurosa (como una de las principales herramientas de la teología) y con vistas a generar un diálogo interdisciplinario fructífero entre ésta y otras ciencias, es necesario buscar una definición inicial de qué es la hermenéutica. El gran hermeneuta mexicano Mauricio Beuchot explica qué es la hermenéutica en los siguientes términos:

La hermenéutica es el arte y ciencia de interpretar textos, entendiendo por textos aquellos que van más allá de la palabra o el enunciado. Son, por ello, textos hiperfrásticos, es decir mayores que la frase. Es donde más se requiere el ejercicio de la interpretación. Además, la hermenéutica interviene donde no hay un solo sentido, es decir donde hay polisemia. Por eso la hermenéutica estuvo, en la tradición, asociada a la sutileza. La sutileza era vista como un trasponer el sentido superficial y tener acceso al sentido profundo e inclusive al oculto. O como encontrar varios sentidos cuando parecía haber sólo uno. Podríamos decir: superar la univocidad, evitar equivocidad y lograr la analogía. Sobre todo consistía en hallar el sentido auténtico, que está vinculado a la intención del autor, la cual está plasmada en el texto que él produjo. Se trata de captar lo que el autor quiso decir. Es la intención del autor o la intención del texto frente a la mera intención del lector, pues en la interpretación convergen tres cosas: el texto (con el significado que encierra y vehicula), el autor y el lector. Y el lector o intérprete tiene que descifrar el contenido significativo que el autor dio a su texto, sin renunciar a darle también él algún significado o matiz. La hermenéutica, pues, en cierta manera, descontextualiza para recontextualizar, llega a la contextualización después de una labor elucidatoria y hasta analítica.[3]

Así pues, tomando las aclaraciones de Beuchot como punto de partida, es imprescindible volver a enfatizar que la hermenéutica (especialmente la hermenéutica analógica) busca «superar la univocidad, evitar equivocidad y lograr la analogía». En la medida en que la hermenéutica logre dicho cometido, ésta será rigurosa en verdad. Así, en el contexto del análisis del problema en cuestión, vale la pena explicitar la importancia de estos tres términos. En primer lugar, la hermenéutica busca superar la univocidad de las «ciencias positivas» o «ciencias duras». En otras palabras, la concepción univocista de la verdad quiere afirmar que lo único que importa es el texto simpliciter, a saber, el texto tomado como un mero factum (un hecho que se explica a sí mismo o, mejor dicho, que no requiere ninguna explicación); pero, la hermenéutica busca proveer un contexto para dicho texto. Por ende, la hermenéutica (y la teología), por su misma naturaleza, no debe entenderse como buscando proporcionar un texto, sino un contexto o una narrativa bajo la cual dicho texto tiene su explicación completa y plena. De esta manera, la verdad a la que llega la hermenéutica no puede ser unívoca con relación a las «ciencias duras» so pena de no proporcionar un contexto sino otro texto (el cual no podría tampoco ser inteligido plenamente sin contexto).


En segundo lugar, la hermenéutica busca evitar la equivocidad, propia de la mentalidad posmoderna, pluralista y relativista. Dicha mentalidad, a grandes rasgos, es aquella que trabaja bajo el supuesto de que no existe ningún contexto propio del texto en cuestión. En otras palabras, «propugnan un relativismo extremo o absoluto de la interpretación».[4] Más bien, según esta mentalidad, existen múltiples contextos o meta-narrativas, y todos son igualmente (in)válidos. El problema fundamental con la visión equivocista de la verdad es que termina por ser, en último término, contradictoria, puesto que ella misma se erige como el único contexto verdadero para interpretar los textos (y el mundo). Termina por sugerir que el único contexto verdadero en el que los textos tienen sentido es aquél en el que ningún contexto tiene más sentido que algún otro. Termina por afirmar la verdad absoluta de que no hay verdades absolutas.


En tercer y último lugar, la hermenéutica busca lograr la analogía. Mientras que lo unívoco se predica de ciertos entes de forma idéntica y lo equívoco se predica de ciertos entes de forma completamente diversa, lo análogo es el encontrar una semejanza dentro de una desemejanza siempre mayor. Beuchot lo pone en los siguientes términos:

Lo análogo es lo que se predica o se dice de un conjunto de cosas en un sentido en parte idéntico y en parte distinto, predominando la diversidad; es idéntico según algo, según algún respecto, y diverso de modo simple (simpliciter diversum et secundum quid idem); esto es, es diverso de por sí y principalmente, y sólo es idéntico o semejante de modo relativo o secundario.[5]

Consecuentemente, la analogía proporciona la noción fundamental a partir de la cual se puede comprender más cabalmente la importante naturaleza de la hermenéutica y la teología. En este sentido, la hermenéutica, la teología y otras «ciencias del espíritu» (en otra posición con las «ciencias positivas») tienen la función fundamental de proveer un contexto adecuado en el cual los hechos de las «ciencias duras» tienen un sentido. Las «ciencias del espíritu» dotan al científico de un horizonte de significado, a partir del cual los datos de la ciencia tienen un valor genuino, sea éste negativo o positivo. Así que, el estudio de las ciencias positivas o “duras” puede ayudarnos a construir, por ejemplo, una bomba atómica; pero el estudio de la ética y otras ciencias del espíritu son la clave y contexto para entender si es lícito arrojar dicha bomba o no. Especialmente, sin la teología, se puede explorar el universo todo lo que se quiera, pero esta exploración empírica nunca revelará si hay algún sentido a la vida o si no lo hay. De hecho, dicha exploración presupone ya un sentido, un contexto, una hermenéutica particular. Por eso, el Papa Juan Pablo II hablaba de la necesidad de la dimensión sapiencial del conocimiento:

Para estar en consonancia con la palabra de Dios es necesario, ante todo, que la filosofía encuentre de nuevo su dimensión sapiencial de búsqueda del sentido último y global de la vida. Esta primera exigencia, pensándolo bien, es para la filosofía un estímulo utilísimo para adecuarse a su misma naturaleza. En efecto, haciéndolo así, la filosofía no sólo será la instancia crítica decisiva que señala a las diversas ramas del saber científico su fundamento y su límite, sino que se pondrá también como última instancia de unificación del saber y del obrar humano, impulsándolos a avanzar hacia un objetivo y un sentido definitivos. Esta dimensión sapiencial se hace hoy más indispensable en la medida en que el crecimiento inmenso del poder técnico de la humanidad requiere una conciencia renovada y aguda de los valores últimos. Si a estos medios técnicos les faltara la ordenación hacia un fin no meramente utilitarista, pronto podrían revelarse inhumanos, e incluso transformarse en potenciales destructores del género humano.[6]

Rigurosidad no equivale a equivocidad ni a univocidad

Habiendo establecido la necesidad y naturaleza de la hermenéutica (analógica) en general, es menester enfatizar nuevamente que, para su fructífero diálogo con otras disciplinas, ésta debe ser estudiada de forma rigurosa, sin prestarse a interpretaciones simplistas de la realidad. Particularmente, es importante señalar la relevancia de los estudios de hermenéutica rigurosos en tanto que éstos se refieren al texto bíblico, puesto que, si lo dicho anteriormente es verdad para el texto en general, ¿cuánto más no será cierto del texto bíblico, el cual ha sido inspirado por Dios? (2 Timoteo 3:15, RVR60). Si es cierto que hay un contexto verdadero en los textos meramente humanos, es más verdadero a fortiori en el texto divino. Si bien es cierto que se está viviendo en tiempos posmodernos y equivocistas, cuyo desprecio por la verdad y las meta-narrativas globales y omniabarcantes es evidente, también es cierto lo que ha señalado Juan Pablo II: «Dios ha puesto en el corazón del hombre el deseo de conocer la verdad y, en definitiva, de conocerle a Él para que, conociéndolo y amándolo, pueda alcanzar también la plena verdad sobre sí mismo (cf. Ex 33, 18; Sal 27 [26], 8-9; 63 [62], 2-3; Jn 14, 8; 1 Jn 3, 2)».[7] Por ende, resulta de vital importancia entender la necesidad de que exista una hermenéutica rigurosa y no-equivocista para la correcta interpretación de la Palabra inspirada, la cual, en última instancia, proporciona el contexto para entender el verdadero significado último de la existencia humana.


Asimismo, es de suma importancia recordar que, aunque los estudios de teología y hermenéutica deben ser rigurosos, la rigurosidad no debe equipararse a la rigidez o, mejor dicho, a la univocidad. El univocismo no está abierto al diálogo ciencia-fe; el univocismo es rígido, inflexible y, en último término, reduccionista; no permite conclusiones que provengan de disciplinas cuyo objeto de estudio sea diverso del propio. Ser riguroso no significa tener una interpretación univocista del texto (y la realidad). Más bien, ser riguroso implica prestar atención a las estructuras y fundamentos del ser y, al hacer eso, al contexto último a partir del cual se debe interpretar tanto la realidad del mundo como la realidad del texto bíblico. Ser riguroso implica entender que, si las ciencias positivas son texto, la teología y la hermenéutica analógica son contexto.


Finalmente, la necesidad indiscutible de que el teólogo sea riguroso no sólo es una condición sine qua non del proporcionar contexto axiológico de las ciencias positivas, sino que también es consecuencia de recordar cuál es la primera labor de la teología: hacer significativo el acto de creer en aquel fuera del cual no hay salvación (Hechos 4:12, RVR60). Como señala Juan Pablo II:

El objetivo fundamental al que tiende la teología consiste en presentar la inteligencia de la Revelación y el contenido de la fe. Por tanto, el verdadero centro de su reflexión será la contemplación del misterio mismo de Dios Trino. A Él se llega reflexionando sobre el misterio de la encarnación del Hijo de Dios: sobre su hacerse hombre y el consiguiente caminar hacia la pasión y muerte, misterio que desembocará en su gloriosa resurrección y ascensión a la derecha del Padre, de donde enviará el Espíritu de la verdad para constituir y animar a su Iglesia. En este horizonte, un objetivo primario de la teología es la comprensión de la kenosis de Dios, verdadero gran misterio para la mente humana, a la cual resulta inaceptable que el sufrimiento y la muerte puedan expresar el amor que se da sin pedir nada a cambio. En esta perspectiva se impone como exigencia básica y urgente un análisis atento de los textos. En primer lugar, los textos escriturísticos; después, los de la Tradición viva de la Iglesia. A este respecto, se plantean hoy algunos problemas, sólo nuevos en parte, cuya solución coherente no se podrá encontrar prescindiendo de la aportación de la filosofía.[8]

Por lo tanto, el pensamiento de inspiración cristiano debe esforzarse por hacer inteligible la realidad, y, para que eso tome lugar, el pensador cristiano debe ser riguroso, analógico y no-reduccionista. Así pues, se debe tener una hermenéutica humilde, pero arriesgada. Es decir, una hermenéutica que, por un lado, se presente a sí misma como perfectible y, por otro lado, como verdadera y capaz de tener un verdadero diálogo con otras ciencias y, en último término, con la sociedad cuya necesidad de comprender el sentido último de la existencia se vuelve cada vez más patente.



Referencias

[1] La teología, aunque es una ciencia humana, tiene un objeto supra-humano. Por esa razón, famosamente, solía señalarse que la Teología es la reina de las ciencias. Sin embargo, especialmente, debido al influjo del positivismo lógico del siglo XX, las ciencias humanas (o ciencias del espíritu) en general y la teología en particular han sido desdeñadas como sinsentido o absurdas. Asimismo, es importante señalar que, debido a lo explicado anteriormente, la palabra «ciencia» ha sido expuesta a un sinnúmero de revisiones críticas, con el fin de buscar hacer equiparable la palabra «ciencia» a «ciencias positivas» o «ciencias duras». Dicha concepción tan reduccionista de ciencia parece sumamente injustificada e inaceptable y, por consiguiente, debe ser rechazada. [2] Bartholomew, C. G., y Goheen, M. W. Goheen, La verdadera historia del mundo: Nuestro lugar en el drama bíblico. Ed. Cristian Franco. Trad. Davinsky de León, Bellingham, WA: Lexham Press, 2015, pp. 1-2. [3] Beuchot, M., Tratado de hermenéutica analógica: hacia un nuevo modelo de interpretación, México, Distrito Federal; Itaca, 2000, pp. 15-16. (Cursivas mías). [4] Ibid., p. 38. [5] Ibid., pp. 37-38. [6] Juan Pablo II, Fides et ratio, 81. Recuperada de http://www.vatican.va/content/john-paul-ii/es/encyclicals/documents/hf_jp-ii_enc_14091998_fides-et-ratio.html [7] Juan Pablo II, op. cit., Introducción. [8] Juan Pablo II, op. cit., 93.





12 visualizaciones0 comentarios

Comments

Rated 0 out of 5 stars.
No ratings yet

Add a rating
Publicar: Blog2_Post
bottom of page